Prohibido existir

Prohibido existir

(¿Qué pasará con las niñas y mujeres afganas con el regreso del Talibán?)

Por: Laila Ruiz

Domingo 15 de agosto de 2021, los talibanes entran a Kabul tras la huida del presidente afgano, Ashraf Ghani, con el pretexto de “evitar el derramamiento de sangre” dejando a los afganos con un destino incierto bajo el yugo de los extremistas. Todo ocurrió muy rápido, apenas en abril de este mismo año el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, hizo pública su decisión de retirar las tropas estadounidenses del país montañoso del Medio Oriente poniendo fin a la guerra más larga y segunda más cara del vecino del norte. Tras el retiro paulatino de las tropas, la imposición de los talibanes nuevamente en el poder tomaría 90 días, pero en tan sólo un día cinco capitales de provincia cayeron en manos del grupo terrorista. El mundo mira en silencio.

Una vez más se confirma: la transformación pacífica de Afganistán sigue siendo una ilusión. La entrada del grupo islamista extremista revierte los avances hacia una democracia “justa” y una vida “digna” —no es es que con los estadunidenses estuvieran muy bien, pero sí menos peor—, al tiempo que asegura la pérdida de derechos humanos, principalmente en el caso de las mujeres y niñas, que se lograron obtener en las últimas dos décadas cuando entraron las fuerzas internacionales tras el atentado de las Torres Gemelas en Nueva York.

Pero, ¿quiénes son los talibanes? La palabra “talibán” significa “estudiantes”, “alumnos”. El movimiento fue fundado a principios de la década de los 90, originado en las escuelas islámicas de Pakistán, tras la retirada de las tropas de la Unión Soviética de Afganistán. Con su promesa de anteponer los valores islámicos, luchar contra la corrupción, así como restaurar la paz y la seguridad tras la retirada de los soviéticos y los muyahidines, los talibanes atrajeron seguidores rápidamente y, durante meses de intensos combates y guerras civiles, se adueñaron de gran parte del país. Según estimaciones de la OTAN, hoy en día los talibanes cuentan con unos 85,000 combatientes en sus filas. Hoy son más que nunca.

A decir de los expertos, este grupo de puristas islámicos es financiado por Arabia Saudí con el objetivo de predicar una forma estricta del islamismo suní conjugado con una dura aplicación de la ley islámica, que entre su barbarie incluye ejecuciones públicas, amputaciones, lapidaciones, azotes, etc.

Está confirmado: la medida en la que el régimen talibán ha amenazado los derechos humanos de las mujeres y niñas afganas no tiene símil en la historia reciente. “Respetaremos los derechos de las mujeres”, prometió Suhail Shaheen, representante talibán, en las negociaciones de paz con el gobierno. Lo cierto es que no. Las mujeres desconfían y están seguras de que esto no será realmente posible ya que la ideología central de los talibanes es fundamentalista y misógina, basada en una doctrina que dicta que las mujeres sólo deben ocupar los roles sociales más limitados.

El delito de ser mujer

Presas dentro de su propio cuerpo e invisibles en espacios públicos, así pinta el futuro para miles de mujeres y niñas afganas. Cuando los talibanes gobernaron Afganistán, de 1996 a 2001, las mujeres fueron quienes más perdieron al prohibírseles realizar la mayoría de los trabajos, negárseles el derecho a la educación e incluso a la atención médica, además de que su derecho a la libre circulación fue severamente restringido.

Por su parte, la Asociación Revolucionaria de las Mujeres de Afganistán (RAWA) ha explicado las principales prohibiciones y castigos a los que estuvieron sometidas las mujeres y niñas por parte de los integristas, de 1996 a 2001:

  • El trabajo femenino queda terminantemente prohibido fuera de los hogares. Solo unas pocas doctoras y enfermeras tienen permitido trabajar en ciertos hospitales de Kabul para atender a mujeres y niñas.
  • Las mujeres tienen prohibido salir de casa para realizar cualquier actividad siempre que no vayan acompañados de su mahram, hombre de parentesco cercano, como padre, hermano o marido.
  • La atención médica es también precaria para las mujeres, ya que no pueden ser atendidas por sanitarios varones. Al haber un número tan reducido de médicas y enfermeras, son muchas las que no pueden acceder a una atención adecuada, lo que deriva en problemas de salud de diferente gravedad e incluso la muerte.
  • La educación está vetada para las mujeres. No pueden acudir a estudiar a escuelas, universidades o cualquier otra institución educativa.
  • Las mujeres no pueden mostrar ninguna parte de su cuerpo en público, por lo que están obligadas a llevar un velo largo que les cubre incluso el rostro (burka).
  • Todas aquellas mujeres que no vistan de acuerdo a las reglas establecidas por los talibán o que no vayan acompañadas de su mahram serán sometidas a azotes, palizas y abusos verbales.
  • Las mujeres que muestren sus tobillos serán sometidas a azotes en público.
  • Las mujeres acusadas de mantener relaciones sexuales fuera del matrimonio serán lapidadas.
  • Se prohíbe el uso de productos cosméticos. De hecho, durante el ‘reino del terror’ talibán entre 1996 y 2001 se reportaron casos en los que se amputaron los dedos a mujeres a las que se detuvo por llevar las uñas pintadas.
  • Las mujeres tienen prohibido hablar o dar la mano a varones que no sean su mahram.
  • Ningún extraño debe oír la voz de una mujer, por lo que las mujeres tienen prohibido reír en público.
  • También está prohibido que las mujeres lleven zapatos de tacón, ya que pueden producir sonido al caminar (un varón no debe oír los pasos de una mujer).
  • Las mujeres no pueden subirse a un taxi sin la compañía de su mahram.
  • Las mujeres no pueden tener presencia en la radio, la televisión o en reuniones públicas de cualquier tipo.
  • El deporte también está vetado para el género femenino. No pueden practicarlo ni acceder a ningún centro deportivo.
  • Está prohibido que las féminas usen ropas de colores vistosos, ya que los talibanes dicen que son «colores sexualmente atractivos».
  • Las mujeres no pueden reunirse con motivo de festividades con propósitos recreativos.
  • No pueden lavar la ropa en los ríos o plazas públicas.
  • En el régimen talibán, ninguna calle, plaza o avenida puede llevar la palabra ‘mujer’ en su nombre. Así, durante el régimen talibán en Afganistán de los 90, el «Jardín de las Mujeres» de Kabul pasó a llamarse «Jardín de la Primavera».
  • Las mujeres tampoco pueden asomarse a los balcones o ventanas de sus domicilios. No deben ser vistas.
  • Para evitar que cualquier extraño pueda ver a una mujer, es obligatorio que las ventanas sean opacas.
  • Los sastres no pueden tomar medidas a las mujeres ni elaborar ropa femenina.
  • Las mujeres tienen prohibido el uso de baños públicos.
  • Existe segregación en los autobuses. Así, hay medios de transporte para hombres y otros para mujeres.
  • Las mujeres tiene prohibido utilizar pantalones acampanados, incluso cuando estos quedan ocultos bajo el burka.
  • Nadie puede fotografiar o filmar a mujeres.
  • Además, está totalmente prohibido publicar imágenes de mujeres impresas en revistas y libros. Tampoco pueden colgarse imágenes de mujeres en casas y tiendas.

A todo esto, se le suman otras restricciones que afectan tanto a hombres como mujeres, restricciones que coartan derechos y libertades básicas, por ejemplo, la prohibición a escuchar música, ver películas, mirar televisión o cualquier tipo de video. Es obligatorio que todas las personas de nombre no islámico se lo cambien a uno islmámico. Los jóvenes están obligados a raparse el cabello y los varones deben portar indumentaria islámica y gorra, además, tienen prohibido afeitarse o recortarse la barba. Es así, en Afganistán “tener la barba demasiado corta” o “no traer el burka lo suficientemente larga” pueden hacerte acreedor a, en el mejor de los casos, una paliza. Prohibido notarse, prohibido escucharse, prohibido existir.

Los talibanes aseguran que con sus leyes pretenden «crear ambientes seguros, donde la castidad y dignidad de las mujeres sean por fin sacrosantas, tal y como recogen las creencias pashtunes sobre la vida en el “prudah” (práctica para ocultar la vida femenina en público)».

Al haber perdido los talibanes hace 20 años el poder que hoy recuperan, hoy existe una generación de mujeres afganas que no saben o no recuerdan lo que es vivir sometidas a los extremistas, mujeres que corren el riesgo de que la historia se repita, de que sus sueños y esperanzas sean mutiladas o cubiertas de principio a fin para que no se noten, para que parezca que no existen.

Dice Audre Lorde, escritora y activista: «No seré una mujer libre mientras siga habiendo mujeres sometidas, incluso cuando sus cadenas sean muy diferentes a las mías». Hoy comienza una nueva lucha que seguirá y se deberá transformar hasta lograr un mundo en el cual los derechos de todas las mujeres sean reconocidos y respetados. Hoy me encantaría decir que “todas somos las mujeres afganas”, pero la verdad es que no tenemos ni la más remota idea. Anhelar no está prohibido, pero hoy, en Afganistán, o anhelas o sobrevives. Y sólo queda esperar. Y el mundo mira en silencio.

Con información de: BBC News, Infobae y CNN.

Poema de Nadia Anjuman, periodista y poeta afgana asesinada en 2005 por su marido y algunos familiares:

No deseo abrir la boca

¿A qué podría cantar?

En mí, a quien la vida odia,

tanto da cantar que callar.

¿Acaso debo hablar de dulzura

cuando siento tanta amargura?

Ay, el festín del opresor

me ha tapado la boca.

Sin nadie al lado en la vida,

¿a quién dedicar mi ternura?

Tanto da decir, reír,

morir, existir.

Yo y mi forzada soledad

con mi dolor y mi tristeza.

He nacido para nada

mi boca debería estar sellada.

Ha llegado, corazón, la primavera,

el momento propicio del festejo.

¿Pero qué puedo hacer si un ala

tengo ahora atrapada?

Así no puedo volar.

Llevo mucho tiempo en silencio,

pero nunca olvidé la melodía

que no paro de susurrar.

Las canciones que brotan de mi corazón

me recuerdan que algún día

romperé la jaula.

Volando saldré de esta soledad

y cantaré con melancolía.

No soy un frágil álamo

sacudido por el viento.

Soy una mujer afgana.

Entiéndase, pues, mi constante queja.

RECOMENDACIONES:

Un libro: “Mil soles espléndidos”, de Khaled Hosseini.

Una película: “The Breadwinner”. Dirige: Nora Twomey. Disponible en Netflix.

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