
TLATELOLCO CONTINÚA VIGENTE
La matanza y detención de jóvenes universitarios durante la marcha del 2 octubre de 1968 ha sido, y es, un parteaguas para entender la transición de los movimientos sociales de nuestra época moderna en México y los diversos caminos que han seguido para un país más participativo, incluyente y tolerante. Por ello, viene a bien recordar lo que dijeron algunos de los actores más importantes del mismo.
Algunos participantes dicen que, a mediados de 1968, durante los primeros días del movimiento, se pensaba poco en los riesgos. Había una ebullición social. Los estudiantes mexicanos ya habían visto la primavera de Praga, las protestas en París y el movimiento contra la guerra en Vietnam y por los derechos civiles en Estados Unidos. Sentían que en su país también era posible el cambio, con nuevas libertades culturales y sexuales que pondrían en jaque a las jerarquías establecidas de México.
La revuelta comenzó el 23 de julio, cuando la policía intervino en una pelea de estudiantes. Tres días después, dos marchas se degeneraron en días de enfrentamientos armados que terminaron cuando el ejército usó una bazuca para tumbar la puerta de una escuela preparatoria en la que los estudiantes se habían refugiado.
El gobierno sabía que los disidentes se reunirían el 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas, en la unidad habitacional de Tlatelolco. Los oficiales se prepararon para arrestar a los líderes estudiantiles, quienes iban a dirigir un discurso a las personas congregadas desde la ventana de un apartamento en el tercer piso del edificio.

Guevara Niebla, uno de los organizadores, recuerda que a casi una hora de iniciado el mitin escuchó un ruido cuando los francotiradores dispararon hacia la multitud. “[Era] una exclamación que surgió de la multitud, de miedo. Fue un grito, una voz colectiva, una cosa terrible. Entonces, los soldados con sus bayonetas avanzaban desde la avenida que rodea la plaza, a lo que le siguió el estruendo de muchas armas que abrieron fuego”, recordó.
Asomado desde la ventana, Guevara Niebla podía ver a los soldados disparar contra la gente desde las ventanas de al lado. Dos o tres horas después, los soldados irrumpieron en el departamento donde él estaba para arrestarlo.
Tlatelolco desmanteló la pretensión que el Estado les había impuesto a los mexicanos: conformarse en lo político a cambio de estabilidad. También resultó en el surgimiento de activistas que impulsaron varios caminos para la resistencia; algunos tomaron las armas en movimientos guerrilleros y muchos más recurrieron al activismo y a la organización social para dirigirse a barrios empobrecidos y a poblados montañosos que habían sido olvidados.
“Por un lado se rompió la estabilidad política de México y surgieron cien, doscientos, movimientos juveniles políticos distintos que se esparcieron por todo el país”, dijo el también cronista del 68. “México nunca volvió a ser el mismo México”.
Durante años lo que sucedió en Tlatelolco siguió siendo un misterio. El gobierno atribuyó los disparos a agentes extranjeros y antinacionales.
Incluso la cifra de muertos sigue siendo incierta. El saldo oficial inicial era de siete personas asesinadas. Con el tiempo, y a partir de recuentos (incluidos los de corresponsales extranjeros), se llegó al consenso de que unas 300 personas murieron.

Después de que se abrieron algunos archivos en 2000, las investigadoras Kate Doyle, de la organización independiente Archivo de Seguridad Nacional en Washington, y Susana Zavala, una investigadora de la UNAM, contaron 44 víctimas, 34 de ellas según su nombre.
A pesar de las dudas, algo no ha cambiado: la masacre de Tlatelolco se mantiene impune. Para muchos mexicanos eso refleja los fracasos del Estado por hacer justicia para incontables víctimas de asesinatos y desapariciones.
“Tlatelolco se volvió un símbolo del deseo colectivo de conseguir justicia”, dijo Sergio Aguayo, Profesor del Colegio de México.