
Llegamos a los últimos 2 meses del año y hemos entrado a fechas muy especiales para nosotros.
El fin de un año que puede haber representado cosas positivas y negativas, pero que sumadas nos han llevado a terminarlo con experiencias adquiridas, pero sobre todo con la esperanza de cambiar o empezar a cambiar lo negativo de nosotros y presentar una mejor imagen interna para uno mismo en el año que comienza.
El inicio de un año es renacimiento espiritual, que nos permite salir nuevamente a buscar la paz y tranquilidad que puede uno adquirir no solamente con cosas materiales, si no también con cambios profundos y razonados de nuestro comportamiento físico y mental.
Es la muerte y la vida, permítanme la comparación. Desde epócas muy antiguas, en diversas sociedades, incluyendo la nuestra, esa transición siempre ha estado presente.
Implica que al morir no terminas o acabas, únicamente cambias y trasciendes a un estado más favorable del que estabas anteriormente, ese es el significado no sólo para varias culturas, también para todas las religiones que se practican.
Entonces la pregunta simple y llana que nos tenemos que hacer es: ¿Qué debo “matar” en mi, para ser mejor persona?; Pudiere sonar un poco fuerte, pero si analizamos nuestros hechos y actos con los demás y con nosotros mismos, podremos encontrar errores o basura en ellos, esa es la parte que debemos de desechar y tirar, para no ir cargando con ella y poder vivir en un estado mejor.
La filosofía ha incursionado también en este tema. A Platón se le ha considerado como el primero que concibió a la filosofía no sólo como una reflexión del orden y la verdad del universo, sino como la búsqueda del sentido de la vida de acuerdo con lo que se considera que es su final: LA MUERTE.
El ser humano, despojado de su ropaje exterior, incluyendo sus sentimientos, sus anhelos, sus frustraciones y sus expectativas es, finalmente, materia y, como tal, no puede escapar del cambio incesante que caracteriza a la naturaleza misma.
Hegel, por su parte mencionaba si el hombre no muriera, si la muerte no fuera una fuente de angustia, no existiría la libertad y, desde luego, no existiría el hombre mismo.

Para Platón, la naturaleza del hombre no proviene de un Dios, sino que se trata de una naturaleza semejante a la verdadera realidad, es decir la idea. El cuerpo del hombre, en cambio, está regido por las imperfecciones y los cambios del mundo sensible, considera que, el alma, al participar de lo divino, es conciencia cognoscente llamada racional y, por otro lado, el cuerpo no es sino la fuente de la irracionalidad, por sus demandas biológicas, sus pasiones y sus fantasías sensoriales.
Por todo lo anterior, el trabajo de cada hombre consiste en desembarazarse de las demandas corporales mediante una práctica de auto conocimiento, moderación en las acciones y búsqueda de la verdad y, sobre todo, un sometimiento del cuerpo al alma y de ésta a las normas del logos y del bien cuyo modelo es la idea.
En Hegel (2012), la muerte no existe como tal ya que la explicación de la dialéctica hegeliana, con base en la transformación constante de la materia, asume a la muerte como un paso natural en el devenir de la materia. Hegel, siguiendo la tradición judeo-cristiana, concibe al hombre como un ser espiritual, pero, a diferencia de ésta, lo entiende como un ser necesariamente temporal y finito, es decir, sólo la muerte asegura la existencia de un ser espiritual.
Si el hombre no muriera, si la muerte no fuera una fuente de angustia, no existiría la libertad y, desde luego, no existiría el hombre mismo. Sólo la historia, dice Hegel, tiene el poder de acabarlo todo en el desarrollo del tiempo; más allá del tiempo no hay nada (duplanic, 2017, pp. 89-102).