¿Cuáles son? Las historias que te cuentas…

Dr. Raúl Ernesto González Pinto, Consultor en Estrategias de Cambio Organizacional y Capital Humano

“Las palabras son ventanas o paredes; nos condenan o nos liberan.”
– Ruth Bebermeyer

Te contaré una historia.

Ella piensa: La historia que me cuento sobre él es que pretende escucharme, pero realmente no me escucha.

Él piensa: La historia que me cuento sobre ella es que pretende creerme cuando le digo que la amo, pero realmente no me cree.

Ella le dice: No me escuchas.

Él le dice: No me crees.

Ella piensa: Si me hubiera escuchado, me habría preguntado por qué creo que no me escucha.

Él piensa: Ella cree que no la escucho, pero la que no me escucha es ella, porque si ella me hubiera escuchado me habría preguntado a qué me refiero cuando le digo que no le creo.

Ella le dice: Cuando te dije que no me escuchabas no me preguntaste por qué creía que no me escuchabas, lo cual en efecto demuestra que no me escuchas.

Él le dice: La que no me escucha eres tú, porque si me hubieras escuchado me habrías preguntado a qué me refiero cuando te digo que no me crees, lo cual demuestra que no sólo no me escuchas, sino que tampoco te importa que te crea o no.

Ella se queda pensando por unos momentos y luego le pregunta: ¿Qué es lo que piensas que no te creo cuando me dices que no te creo?

Él le contesta: Que no me crees cuando te digo que te amo.

Ella le dice: ¡Pero sí te amo!

Él sonríe y le dice: Gracias por creerme, pero sobre todo por amarme. Pero, dime, cuando me dices que no te escucho, ¿por qué crees que no te escucho?

Ella le contesta: Porque pienso que cuando me dices que me escuchas solo pretendes escucharme, cuando en realidad no me escuchas.

Él se queda pensando unos momentos, y a continuación le pregunta: ¿Te escuché ahora que me decías que pensabas que no te escuchaba?

Ella le contesta: Sí, me escuchaste, y además se te iluminó el rostro cuando te dije que sí te creo cuando me dices que me amas, porque en verdad te amo.

Él se le queda mirando.

Ella se queda contemplándolo.

Él se le acerca y la toma de las manos.

Ella, sin dejar de mirarlo, lo besa.

El tiempo se detiene.

Ambos se besan y se abrazan.

Fin de la historia.

La palabra: ¿contiene o libera?

A través de la narración anterior he querido representar la paradójica naturaleza de la comunicación humana, contenida en la frase de Ruth Bebereyer que antecede a este texto. Al inicio del diálogo, las palabras de ambos se convierten en paredes que los dividen. Ella le reclama: “No me escuchas”; él le recrimina: “No me crees”. Desde el inicio queda manifiesto que las historias que respectivamente se cuentan uno sobre el otro parten de suposiciones erróneas. Ella llega a la conversación dando por hecho que él no sabe o no quiere escucharla, y él de que ella duda que él la ame. Una sólida pared los separa y los divide.

Sin embargo, ella empieza a despostillar el muro cuando se atreve a preguntarle: “¿Qué es lo que piensas que no te creo cuando dices que no te creo?”. Por primera vez en el diálogo uno de los dos deja de centrarse en sus propios juicios y le concede el beneficio de la duda al otro. Cuando él le confiesa que la historia que él se cuenta es que ella realmente no le cree cuando él le dice que la ama, ella de inmediato le replica: “¡Pero sí te amo!”, en ese momento la palabra se torna en ventana abierta al entendimiento y se derrumban los prejuicios.

Tras confirmar que las lastimeras historias que se contaban uno sobre el otro eran ficticias, los amantes se besan y se funden en caluroso abrazo. Al igual que en las novelas románticas, el amor emerge triunfante a pesar de los obstáculos que se les interponen.

No obstante, la vida real dista de ser color de rosa pues con frecuencia salimos insatisfechos por una razón u otra de las conversaciones cotidianas, ya sean éstas de pareja, sociales o laborales. Nos sentimos defraudados, incomprendidos y juzgados: “Me tiene envidia”, “no me apoya”, “nunca me ha querido”.

Los riesgos de etiquetar al otro

 

Shamash Alidina, autor de Vencer el estrés con mindfulness, señala que desde el primer instante acostumbramos a hacernos un juicio de cómo son los demás aun sin conocerlos. “En el momento en el que te haces un juicio inicial sobre una persona – observa –, empiezas a buscar evidencias que apoyen tu teoría… Crees conocerla, pero lo único que conoces son los juicios que te has hecho sobre ella”.

En la misma línea, Marshall Rosenberg, autor del libro Comunicación no violenta: un lenguaje de vida, nos alerta contra un determinado tipo de comunicación, que nos empantana en ideas preconcebidas sobre las actitudes e intenciones que atribuimos al otro, al que encasillamos como una persona que es de tal o cual manera. Semejante cerrazón nos impide escucharla, pues cualquier cosa que diga simplemente confirmará lo que sabíamos de antemano. Si, por ejemplo, una compañera de trabajo que no es exactamente de mi predilección me dice: “Te queda muy bien ese peinado”, posiblemente reaccionaré con desconfianza, preguntándome si es sincera, si me va a pedir un favor o si en el fondo se está mofando de mí. Ante la ventana que ella amorosamente me abre, levanto un muro y decido ignorar su cumplido.

“La mayoría de nosotros – apunta Rosenberg – crecimos hablando un lenguaje que nos estimula a etiquetar, comparar, exigir y emitir juicios más que a darnos cuenta de lo que estamos sintiendo y necesitando”. Para revertir esta tendencia, nos invita a la comunicación compasiva, orientada a la comprensión respetuosa de la voz del otro. No se trata solamente de oírlo ni de tratar de entenderlo, sino de desprendernos de cualquier idea preconcebida para centrar toda nuestra atención en el mensaje que éste nos transmite y – en el ejemplo que nos ocupa – poder agradecerle el elogio.

Suponiendo que, en vez de recibir un halago, la compañera me reclame: “¡Piensa un poco en los demás, por favor no seas tan egoísta!”, si bien estoy en todo mi derecho de ponerme en guardia ante un mensaje que considero negativo, en vez de tomarme las cosas a nivel personal y responderle con rabia, le podría decir: “Es una lástima que me acuses de egocéntrico; ojalá pudieses reconocer que me he partido el lomo para que todos en el equipo salgamos adelante”. En vez de enfocarme en “ajustar cuentas” para satisfacer mi ego, de manera asertiva le haré saber a mi interlocutora cómo me siento y de paso le compartiré qué es lo que me gustaría que sucediera. Ante la provocación, opto por la comunicación no violenta.

Empieza por cambiar las historias que te cuentas

Como hemos podido constatar, los malentendidos surgen de las historias que me cuento sobre los demás y de aquellas que me he venido contando sobre mí misma. Patricia González, una coach de negocios, estima que todos, sin excepción, nos contamos historias sin darnos cuenta de que lo que damos por hecho es solo el fruto de nuestra imaginación. “[Estas] son las historias que sirven para justificarnos, excusarnos, y esconder o tapar nuestras incoherencias”, externa en su blog. Si bien los cuentos que nos contamos nos ayudan a sentirnos protegidos y seguros, corremos también el riesgo de que nos confinen en una jaula dorada de la que nos resultará complicado salir.

Aunque no lo parezca, la solución es sencilla: cambiemos las historias que nos hemos inventado por historias mejores. ¿Te has contado – por ejemplo – la historia de que por más que le echas ganas, otros acaban convirtiéndote en víctima de las circunstancias? Cambia la narrativa por una en la que te construyas como sólido protagonista de tu vida; la de alguien que se ocupa en labrar su bienestar y el de sus seres queridos.

Echa pues por la borda tus antiguas historias – aquellas en las que predominan el encono, la ansiedad y el desaliento – y haz surgir unas nuevas, pletóricas de gratitud, júbilo, autenticidad y esperanza. En su libro Más fuerte que nunca, Brené Brown, catedrática de la Universidad de Houston, nos revela con inspiración: “Somos los autores de nuestras vidas. Escribimos nuestros propios finales atrevidos. Transformamos la angustia en amor; la vergüenza en compasión; la desilusión en delicadeza; [y] el fracaso en arrojo”. Haciéndose eco de tan sabias palabras, el reverendo Thomas Dexter Jakes a su vez nos exhorta: “Si tan solo pudiésemos echar el desorden fuera de nuestra mente, echar la culpa fuera de nuestra mente, echar la vergüenza fuera de nuestra mente, echar el bullicio fuera de nuestra mente, estaremos en condición de cultivar ideas que hagan las veces de semillas: al creer en ti, la semilla de una idea quedará firmemente plantada en tu mente.” La clave, entonces, estriba en lograr una conexión significativa, tanto con los demás como con nosotros mismos, para así sentirnos vistos, escuchados y valorados.

En Los cuatro acuerdos de la sabiduría tolteca, don Miguel Ruiz considera que, en vez de caer en el vano error de suponer que todo gira alrededor de nosotros, deberíamos procurar la sintonía del amor. “Cuando te sientes bien, todo lo que te rodea está bien. Cuando todo lo que te rodea es magnífico, todo te hace feliz. Amas todo lo que te rodea porque te amas a ti mismo”, sostiene el maestro.

Si deseamos que nuestra palabra abra ventanas en vez de levantar muros, hemos de consagrar nuestra vida a hablar con empatía, sensibilidad y en conciencia. De acuerdo con Phillip Moffitt, un guía espiritual, a través de tu palabra habrás de expresar aquello que es útil, verdadero y oportuno. Y si aquello que deseas expresar no cumple con alguno de estos criterios, mejor harías en optar por el silencio.

 

Compasión en vez de pasión, agresión e ignorancia

En Empieza donde estás – guía para vivir con compasión, la monja budista Pema Chödrön advierte contra tres “venenos” que podrían emponzoñar nuestra mente: los antojos, el aborrecimiento y la indolencia. El primero se refiere a aquello que encontramos deseable; el segundo, a lo que nos parece indeseable; el tercero es el que nos conduce a la ignorancia. Si nos dejamos llevar por las semillas de confusión, hablando en un estricto sentido espiritual nos volveremos ciegos, sordos y mudos.

Un antídoto efectivo contra de la toxicidad de estos venenos consiste en dejar de contarte historias en las que te alimentes de ellos. En vez de reprimirlos, Chödrön sugiere aprovechar la oportunidad de conectar con nuestro corazón. “Detrás de esa capa de avidez, odio y desdicha, detrás de la falta de esperanza, la desesperación y la depresión – agrega –, encontrarás la dulce suavidad de bodhicitta”, (los budistas se refieren así a un despertar de la mente que nos impulsa a aliviar el sufrimiento de otros). Al convertir los tres venenos en semillas de bienestar y bondad, nos serán abiertas las puertas de la paciencia, la generosidad y la lealtad hacia nosotros mismos. Sigamos pues el llamado a abrir la ventana de la conciencia por medio de la palabra, en vez de utilizarla para erigir muros entre nosotros mismos.