Sanar a tu niño interior, ¿Es posible?
Tu niño interior lo tiene todo, lo cree todo, lo espera todo y es el único guardián digno de tu corazón. Por favor, no crezcas . Andrea Balt.

Hay alguien que observa tu vida adulta desde un lugar silencioso, que se asombra de todo lo que haces, que aplaude tus logros y te acompaña en tus días oscuros. Ese alguien es tu niño interior que diariamente te hace una sutil invitación al reino del juego, de la imaginación y la curiosidad. En un baúl de tu memoria guarda recuerdos dulces y amargos, aprendizajes y descubrimientos, sabores y aromas de esos días en que jugabas libremente bajo el calor del sol. ¿Será cierto que cuando crecemos nuestro niño muere, o es más bien que participa activamente en nuestro día a día sin estar conscientes de ello?
Cuando era pequeña cursaba una materia en la que nos enseñaban sobre religión y espiritualidad en una escuela conservadora y estricta. Recuerdo que una mañana durante la clase la maestra me pidió que me levantara y delante de todos mis compañeros comenzó a regañarme con un enojo intenso acusándome severamente de haber escrito la palabra “Dios” con minúsculas en el examen de ese día. Ella no podía creer mi falta de respeto al Creador y yo ¡sus gesticulaciones de enojo! Me llené de vergüenza y miedo, de culpa y ansiedad ante un acto que yo sentí como un crimen a mis apenas ocho años. Ese fue un momento de separación para mí y todos los seres humanos lo vivimos, ese instante en el que un evento que nos sucede genera tal impacto que nos separa de la inocencia, la alegría y la ilusión propia de la niñez.
Estas separaciones van dejando huellas emocionales y lesiones en el alma a las que la psicología denomina heridas de la infancia. Las más comunes son estas cinco y muy seguramente te identificarás con más de una.

Miedo al abandono
Cuando en edades tempranas un niño se siente poco atendido por sus padres o cuidadores, se genera una herida que le hará buscar atención, afecto y cuidados en su etapa adulta. La desconfianza e inseguridad que sintieron en esa etapa repercute a futuro en forma de dependencia emocional, ansiedad ante la soledad, no merecimiento y baja autoestima. La forma más eficaz y amorosa de sanar esta herida es cultivando el amor a sí mismo y disfrutando de estar consigo.
Miedo al rechazo
Esta es una herida profunda que muchas personas cargan en su equipaje emocional al no haberse sentido aceptados por sus padres, cuidadores o familiares más cercanos. Lo más grave es que un niño no se siente digno de amor porque lo que piensa, hace o dice no es aceptado o catalogado como correcto. Comúnmente en su vida adulta tienen baja autoestima, se autosabotean repetidamente y no se sienten merecedores de una pareja, un trabajo o una vida plena. Para sanarlo es necesario trabajar el amor propio, la compasión a uno mismo y una a una ir derribando las inseguridades derivadas de tal herida.
Miedo a la humillación
¿Recuerdas la escena de mi niñez donde fui acusada frente a mis compañeros? Lo que sentí fue humillación. Esta herida se abre cuando en la infancia se reciben críticas constantes, burlas o ridiculizaciones por los propios padres o personas cercanas al niño. Sin saberlo, éste crece alimentando más y más la dependencia emocional buscando constantemente la aprobación del exterior para sentirse seguro, aprobado y validado. El puente hacia su sanación será el perdón a aquellos que lo humillaron y cultivar el amor a sí mismo, el autocuidado y la restauración de su autoestima.

Miedo a la traición
El niño que recibe de sus padres mentiras, promesas no cumplidas y engaños está expuesto constantemente a decepciones que lo llevarán a la desconfianza. Es una herida profunda que a la larga le hará sentir la necesidad de control, en ocasiones exagerado, a fin de no dejarse engañar o caer en alguna mentira de alguien a su alrededor. Los celos comúnmente hacen estragos en las relaciones amorosas de adultos que llevan esta herida. Para sanarla será necesario trabajar en la tolerancia y la confianza en otros aprendiendo más y más a soltar el control.
Miedo a la injusticia
Esta herida nace cuando el niño no siente que recibe lo que merece, cuando se le imponen reglas o deberes contra su voluntad o cuando siente que no puede ser él mismo. La autoexigencia en su vida adulta se le presentará frecuentemente, el perfeccionismo consumirá su tiempo pretendiendo tomar siempre buenas decisiones. Son adultos rígidos y muy fríos, protegen su vulnerabilidad mostrándose insensibles ante un mundo que desearían fuera justo para todos. La forma de sanarlo es cultivando la tolerancia y flexibilidad, soltando a su vez el perfeccionismo del que es presa.

Imagino que te identificaste con una o más heridas, lo que quiere decir que eres un ser humano normal porque lo que vivimos de niños nos marca hasta la vida adulta.
La buena noticia es que con voluntad y determinación se pueden sanar estas heridas que nos privan de la vida plena, dichosa y abundante que todos merecemos por el solo hecho de existir.