Rafael Aguirre, un gitano con alma grande.

Nos recibe en su estudio rodeado de pinturas y con su caballete en mano pintando un hermoso cuadro al óleo que refleja un campo lleno de algodones y con una perspectiva que nos deja impresionados cuando la descubrimos.

La pintura llegó primero a Rafael, ya que descubrió su facilidad para dibujar —en comparación con sus compañeros de escuela— desde que era muy niño.

Rafael adorna su plática con anécdotas y nos cuenta que un viernes, cuando cursaba el sexto de primaria, el maestro les encargó un retrato de Sor Juana Inés de la Cruz “para el lunes”. Él no era afecto a realizar sus tareas escolares y por consiguiente llegó el lunes sin que hubiera hecho la misma, inmediatamente pidió prestada una cartulina a una amiga y dibujó el retrato de doña Inés en un tiempo muy corto. Aún y con todo el atropello de la situación, él fue el único que recibió felicitaciones por parte de su maestro.

En ese momento Rafael hizo el primer negocio con su arte, ya que la niña que le prestó la cartulina le dijo que no se la cobraría si le hacía su tarea de la próxima semana. También se acercó otro compañero ofreciéndole 50 centavos por cada dibujo que le realizara. Otros hasta le ofrecieron lonche y refresco.

Originario de Pedriceña, Durango, sus padres fueron profesores rurales y por tal motivo andaban cambiando de lugares de residencia hasta que finalmente se establecieron en la Comarca Lagunera.

En la secundaria se alejó del arte y a los 15 años decidió irse a la Ciudad de México, entró a la universidad a estudiar la carrera de Ingeniería Civil y posteriormente a la de Arquitectura. Se preparó para conseguir trabajo y lo consiguió como repartidor en una carnicería, lo cual fue fundamental para sobrevivir y estudiar.

Rafael hacía proyectos y dibujos que encargaban en la universidad, los cuales les gustaban a los catedráticos y se los compraban. Cuenta que con la venta de un dibujo pagaba la renta, un libro, comida, etc. “Si se cree en el destino, el destino va abriendo los caminos”, comenta.

“Se trata, fundamentalmente, de tener valor para agarrar tu camino y no desviarte de él”.

Un parteaguas en el desarrollo de su arte y de su vida fue cuando acudió con sus dibujos a la Agrupación de Artistas de la Plaza del Arte San Jacinto, que en ese entonces constaba de 100 pintores. Dejó sus dibujos para que el comité técnico los valorara y le dieran la oportunidad para exponer su obra en ese lugar. En la votación perdió 3 a 2; cuando le fue a preguntar al director de la asociación éste le dijo que se quedara ya que 3 de los que votaron en su contra lo hicieron porque pintaban dibujos a su estilo, que lo veían como competencia, por eso fallaron en su contra. No obstante, le indicó que como el voto del presidente contaba doble, finalmente se quedaba.

En su primer día, Rafael colocó y expuso su obra en San Jacinto. Su primer cliente fue un francés. Para este momento de la entrevista, el pintor hace un paréntesis y nos comenta que siempre había dibujado retratos y luego emigró a fachadas de capillas, iglesias y casas viejas, porque le llamaban mucho la atención. Ese día, a su cliente francés le vendió 4 obras y ganó una buena cantidad de dinero, y en seguida llegó una inglesa que le compró otra cantidad de cuadros y en el lapso de una hora había vendido 11 de los 12 cuadros que había llevado.

En ese espacio duró 6 meses, porque un compañero le dijo que era muy buen dibujante pero que le debía dar color a su obra; fue entonces que Rafael empezó a pintar con acuarela. Logró dominar ese punto y llegó otro amigo que le comentó que cuando lograra pintar el aire, entonces se iba a “quitar el sombrero” ante él.

“Pintar el aire”, nos comenta Aguirre, es esa sensación de que cuando veas un cuadro quieras entrar a lo que estás viendo y percibiendo: El aire, el calor, el frío etc.

Una vez que concluyó 4 cuadros con esta técnica, fue al estudio de su amigo y se los enseñó para que le diera su opinión. El amigo le hizo una crítica voraz y negativa. En ese momento entró un cliente de su compañero y le gustó la obra de Aguirre; como ironía de la vida, el cliente le dijo al dueño del estudio que era lo mejor que le había visto pintar en toda su carrera, sin saber que era la obra de Rafael.
Finalmente le compró toda su obra.

“Si un cuadro no te dice nada no cumple su función. En las obras hay cosas escondidas que retratan el momento que está viviendo el artista; en los colores que usa y en cómo se llena la pintura hay mucha historia detrás. La obra del artista es una página de vida.”

“El Gitano”, como también le llaman los analistas de su trabajo, ha expuesto su obra en 20 países del mundo como Canadá, Estados Unidos, Belice, Guatemala, Honduras, Argentina, España, Portugal, Suecia, Inglaterra, Bélgica, Holanda, Francia, Italia, Dinamarca, entre otros.

Actualmente, el pintor trae una obra itinerante con la cual va a recorrer los lugares más importantes del estado de Coahuila.

Los paisajes para él son más que un simple campo con árboles y por eso son parte esencial de su arte. “La gente que sabe ver, alcanza a contemplar lo que yo veo en un paisaje. Es un medio para expresar muchos sentimientos y que muy poca gente está capacitada para ver”, reflexiona al expresar que por eso le da mucho gusto cuando hay personas que tienen esa capacidad y se sintonizan con su obra.

Rafael ha llevado su obra a gente que por razones económicas no pueden acceder a ella, y ha descubierto que es más importante el sentimiento y lo que la misma obra les comunique a las personas que el conocimiento o educación que pudieran tener sobre artes plásticas. Ocasionalmente se da a la tarea de llevar su arte a pequeños poblados del estado de Durango.

Lo que sigue para Aguirre es producir obra, no por dinero o necesidad, más bien por gusto, por placer. Su inspiración la encuentra en el mero gusto de vivir, sin presiones, haciendo lo que él quiera.

La obra de “El Gitano” consigue plasmar objetivamente la realidad: representar el mundo actual de una manera verídica, objetiva e imparcial.  La característica principal de su estética es la reflexión sobre el presente, sin idealizar la naturaleza, ni el pasado.

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