El fracaso como aprendizaje

El fracaso como aprendizaje

Ay, ¡el “fracaso”!… es verbo tan odiado al que todo el mundo tememos sin saber que todos, de alguna manera u otra, nos hemos enfrentado a él. Pero, ¿por qué le tenemos tanto miedo? ¿En dónde quedan todas esas frases que hemos escuchado?, como: “De los fracasos se aprende”, “El fracaso te hace más sabio”, “El fracaso es tu maestro”, o “El fracaso en una gran oportunidad para empezar otra vez con más inteligencia”.

¿Cómo podemos realmente entender y aplicar de manera positiva esta sensación de derrota que nos causa tanto dolor, nos cuesta tanto dinero, consume nuestro tiempo y degrada nuestra autoestima, a todos los aspectos de nuestra vida?, tanto personal, profesional, amorosa, etcétera

Quien esté libre de malogros que lance la primera piedra. Pues te tengo noticias: absolutamente nadie se le ha escapado a las derrotas. El temor al fracaso paraliza hasta al más valiente, pero sólo aquel que se detiene a analizar el error, a corregirlo, a aprender de ello y persistir, será capaz de superarlo, de vencer ese temor y de triunfar. Errar es una condición propia del ser humano, desde que nacemos hasta que morimos, desde aprender a gatear hasta correr.

Entonces redefinamos la palabra “fracaso”. Vamos. Toma esa palabra y trata de no visualizarla como un pozo sin fondo sino como una experiencia y una oportunidad de mejora, sobre todo para no caer en lo mismo cada vez.

Un motivo del por qué no queremos fracasar se debe a las conclusiones que sacamos de este verbo. Equiparamos el “fracasar” con “no servir” o con “no estar preparado”. Así que cada vez que cometemos un error, nuestra autoestima se lleva un duro golpe. Y como no nos gusta sentirnos mal ni criticados, aun si la crítica viene de nosotros mismo, rechazamos cualquier exposición que nos ponga otra vez en tela de juicio del error. Recuerda: no es lo mismo fracasar que sentirte un fracasado. Lo segundo conlleva emociones como la culpabilidad, depresión y la frustración.

¿Te gusta la música? Pues la música tiene sonidos con diferentes intensidades y frecuencias, también existen silencios de distinta duración entre los sonidos. Si no existirían los silencios entre los sonidos la música sería un ruido ensordecedor. Y, ¿qué crees?, para eso existen los fracasos; no son más que pequeñas pausas para redirigirse mejor hacia el objetivo. Más o menos así es la relación entre logros y fracasos. Los silencios componen la armonía musical y los errores son parte de nuestros aprendizajes para vivir. ¿Ves cómo cambian las cosas?

Sorprendentemente las personas no hablan abiertamente de sus fracasos. La gente suele tener pudor, incluso vergüenza, y muchas veces se siente culpable al comentar sus fallas y “exponerse”.

Hasta ahí todo bien… o más o menos. Lo peligroso es cuando nos aferramos a un modelo de actuación o a un estilo de vida que nos impide considerar que el fracaso es posible y que es necesario realizar ajustes y rediseños permanentes de nuestras habilidades y comportamientos.

Visto de ese modo no es de extrañar que el fracaso resulte como protagonista en muchas historias de lucha y experimentación, convirtiéndose en ese elemento esencial que trajo frutos no previstos y sorpresas gratas jamás imaginadas. Revise la historia de cualquier área de interés humano: comprobará que ese monstruo tan temido llamado “fracaso” terminó muchas veces constituyéndose en el mejor aliado de un éxito no contemplado con anterioridad.

Muchas personas se quedan con la parte negativa de la experiencia de fracaso cuando deberían quedarse con la enseñanza que todo esto trae. El problema es etiquetarlo de un modo negativo cuando en realidad está trayendo importantes observaciones, lecciones que vale la pena aprender. En este sentido puede afirmarse que el “fracasado” es alguien que se ha mostrado reticente o perezoso a la hora de aprender. Se ha comportado como un niño consentido y obcecado que pretende que las cosas de este mundo funcionen como él quiere y que sean como él quiere.

Utilizándolo con sabiduría, todo fracaso sirve para ahorrar tiempo y energías, de modo que aprovéchalo, tómalo como un adelanto, un motivo de aprendizaje digno de agradecimiento, no como algo malo ni serio. Recuerda: el camino al éxito está tapizado de prueba y error, así como también de flexibilidad personal. No le tengas miedo al fracaso, cuando el temor debería radicar en el “hubiera”.

Disfruta del camino, cualquiera que este sea.

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