Estoicismo empresarial

Empresario: artista de la toma de decisiones.

Por Jorge A. Herbert Acero

“No tomes una decisión permanente por causa de una emoción temporal.”

Séneca.

VICENTE ROJO (1932–2021México bajo la lluvia 1061982Acrílico sobre tela.

            Hace algunas semanas, me encontraba de visita en Zacatecas con mi zacatecana. Dimos una vuelta por algunos de los museos más emblemáticos de la ciudad. Confieso que me gustan más los museos históricos y, en términos de arte, me inclino por las expresiones del realismo más que por lo abstracto.

            Sin embargo, ese día tenía reservada para mí una grata sorpresa con un cuadro de Vicente Rojo que, aunque lo vi muy rápido al principio, algo en mí se movió. Regresé a la galería e incluso me senté en el piso, a contemplarlo y a tratar de identificar ese raro chispazo. 

            Y entonces, de la nada, me quedó claro el sentimiento: estaba frente a la mejor representación que haya visto en mi vida sobre cómo se ve todo, un instante antes de tomar una decisión.

            ¿Cómo es eso? ¿Qué comiste o que te pusieron en la comida antes de ir a la galería? Posiblemente haya sido algo así, pero quisiera pensar que es un momento de magia pura, conexión e inspiración sobre lo que quisiera compartirte hoy.

            Te invito a que lo observes con detenimiento antes de seguir leyendo…

¿Listo?

            Imagina que un color del cuadro es una condición, otros colores representan un sentimiento, un miedo, un recuerdo, una aspiración, una intención, una meta, un sueño… Vaya, creo que no hay colores suficientes para poder identificar todas las condiciones y variables conscientes e inconscientes que se relacionan, se combinan y, por un instante, se detienen en el tiempo y en el espacio… justo antes de tomar una decisión.

            Y entonces sucede la magia del artista: al tomar una decisión es como si tomáramos nuestro pincel y comenzáramos, en un lienzo completamente blanco, la continuación de este cuadro, pero por un instante, en un mínimo suspiro, todo se detuvo a la espera de que pusiéramos nuestra intención y nuestra aspiración en el lienzo. Y entonces toda nuestra historia acaba de cambiar para siempre.  

            Tomar una decisión es una acción muy particular, con colores y combinaciones únicas. No hay otra igual en el espacio y tiempo. Una decisión es una obra de arte, en realidad.

            En contraste, nuestro día a día está lleno de decisiones: la ropa que usaré, lo que desayunaré, si tomaré dos o tres tazas de café, si iré al trabajo por tal o cual atajo. Decisiones que, en su mayoría, tomamos de manera mecánica, sistemática. Nuestro cerebro está programado para gastar la menor cantidad posible de energía en ellas, por lo que, una vez que son hábitos, ya no somos siquiera conscientes de ellas y, entonces, se pierde un tanto el encanto de la acción.

            Sin embargo, para el empresario es diferente… no sólo tiene que tomar este tipo de decisiones “comunes” sino que, además, debe tomar otras tantas más dentro de la organización, de las cuales suele depender el futuro de todo el sistema que se ha creado, el futuro a corto plazo, a largo plazo. Tiene que considerar si su decisión hará que se molesten clientes, colaboradores, si el proveedor podrá responder y muchos factores más. Tomar decisiones en la empresa es, en realidad, un deporte extremo. Lanzarse de un avión o del bungee es para aprendices…

            ¿Qué significa en realidad decidir en la empresa y en sus intrincados sistemas, multifactoriales, multisensoriales y cualquier palabra que se le pueda agregar el multi en el vocablo hispano, anglosajón e incluso extraterrestre? Significa decir no a ciertos escenarios y posibles resultados y priorizar ciertas variables que, con base en nuestra experiencia, nuestro humor, nuestro contexto en el momento, estimamos de más valor y más “bajo control” que las otras; esperando y suponiendo (haciendo changuitos, clavando cuchillos en el jardín, poniendo santos de cabeza y cualquier otro remedio de la abuela) que el resultado de la decisión sea el que esperamos.

            Y, desde luego, el momento cúspide y que más nos gusta: ¡la evaluación de la decisión! Naturalmente en la medida en la que el resultado se acerque a lo que queríamos que sucediera, asumimos que fue una buena decisión, nos sentimos los reyes del mundo (cual Jack frente al Titanic). Nos sentimos inteligentes, sofisticados, vaya, ¡inclusive guapos! Cuando las cosas se acercan al resultado esperado, se fortalece nuestra autoestima, nuestra confianza y sentimos que lo podemos todo y que finalmente “entendimos el negocio”.

            Pero, ¿qué sucede cuando pasa lo opuesto y nos alejamos del resultado esperado? Aparte de que nos damos cuenta de que no somos lo guapos que pensábamos, nuestra autoestima y confianza reciben un duro golpe, nos asalta el sentimiento más común de todos: “Era obvio que iba a pasar esto, ¿cómo no me di cuenta antes?”. Nos sentimos molestos, novatos, decepcionados, comenzamos a cuestionar incluso nuestra capacidad de estar al frente del negocio. En realidad, en el escenario emocional, se pone todo en juego.

            Es justo aquí donde entra la visión estoica de la empresa y, desde luego, el matiz que puede darle esta visión del mundo a la forma en que tomamos decisiones en la empresa. Al inicio de este artículo cité una frase de Séneca, uno de los principales referentes, que toca uno de los puntos principales de los “colores” de nuestra obra de arte, de nuestras decisiones: las emociones. 

            ¿Está mal tomar decisiones bajo el influjo de una emoción? La respuesta a esta pregunta está muy vinculada con otra pregunta: ¿Qué tan consciente o inconsciente estoy respecto a mis emociones en el momento de tomar acción? El arte de ser empresario, y de su consecuente desdoblamiento como artista, está vinculado no a la eliminación de las emociones, sino al control y, sobre todo, a la domesticación que tenemos de ellas sobre nosotros. 

            Cuando estamos en proceso de enamorar a un cliente de nuestro producto o servicio, es relevante dejar fluir nuestra emoción para que contagiarles la energía, la pasión y la alegría que nos da el poderlos servir a través de lo que la empresa y sus colaboradores ofrecen; como igual de relevante es el máximo dominio posible de las emociones cuando las circunstancias nos obligan a despedir a un colaborador que tiene tres hijos, porque tenemos un recorte obligatorio de personal a causa de la situación económica del país o del mundo, por ejemplo.

            Qué felices, plenos y realizados podemos sentirnos estrechando la mano de un nuevo cliente que nos acaba de confirmar una orden de compra por una serie de “buenas decisiones”; y qué desdichados, tristes y fracasados nos podemos sentir por el despido del colaborador por una serie de aparentes “malas decisiones”.

            Es con los claroscuros y colores que nos ofrece la paleta de colores del día a día con los que pintamos en nuestro lienzo el resultado de las decisiones de ayer y que serán la base para el arte de mañana. Y es así como vamos creando nuestra obra y nuestra galería, día a día, decisión a decisión.

            ¿Qué reflexiones relevantes tiene este proceso constante de la toma de decisiones y del que vale la pena contrastar con la visión estoica? He aquí algunas de ellas:

            Procurar decidir desde la neutralidad emocional. Decía Marco Aurelio: “En la medida que estés más cercano a la calma, estarás más cercano a tu fuerza”. Tomar decisiones con menor carga emocional nos acercará a una decisión más racional, siendo así más posible que nos acerquemos a una mejor decisión.

            Cualquier decisión en esta vida tiene un costo. ¿Cuál es la decisión más primitiva y de supervivencia del ser humano? Respirar… Lo irónico es que cada vez que respiramos, oxidamos nuestro cuerpo; y por ende nos estamos matando cada vez que lo hacemos. El costo de vivir menos a largo plazo, por el costo de vivir ahora. Si esa decisión, la más básica de la vida, tiene un costo, ¿qué nos hace pensar que cualquier otra decisión no lo tiene? No existe la decisión perfecta en términos de ganar 100 y perder 0. Tampoco existe una decisión fatídica de perder 100 y ganar 0. Lo importante es estar lo más conscientes posible del costo de cualquier decisión, y sobre todo, estar conscientes de que lo tendremos que pagar, tarde o temprano.

            No decidir es también una decisión. Mucho se afirma que el no decidir representa una concepción tibia del proceso, y no es así. A veces las circunstancias nos colocan en un punto de indecisión tal en el que no sentimos tener los elementos para decidir, y es perfectamente válido no hacerlo…con su respectivo costo.   

            Se aprende más de una “mala decisión” que de una “buena decisión”. Si una decisión es considerada buena o mala, es sólo un punto de vista. Lo que es bueno para ti, puede ser malo para la competencia, o viceversa. El artista empresarial desarrolla mejor su talento en la manera en cómo reacciona y lo que hace con el resultado de su decisión. Epicteto, otro filósofo estoico, lo resume magistralmente:“No pretendas que las cosas ocurran como quieres, desea más bien, que se produzcan tal y como se producen, y serás feliz.”. El empresario estoico consumado es aquel que logra convertir una aparente calamidad, en una poderosa oportunidad.

            Es imposible saber todo lo que se tiene que saber antes de decidir. Todavía sigue sin inventarse una bola mágica que prediga el futuro. Los nuevos chats de inteligencia artificial que se están desarrollando son incapaces todavía de manejar todas las variables que existen de una situación dada. Teniendo esto en cuenta, no caigamos en la famosa “parálisis por análisis”. Decidamos con la mejor intención y desde la humildad de saber que no nos es posible controlar todo, pero sabiendo que la intencionalidad de un resultado, se busca, se cultiva y se cuida, no con una sola decisión perfecta, sino con la suma de pequeñas buenas decisiones.  

            No hay resultados obvios. Pensar en un resultado obvio es completamente egocéntrico. Es como decir que controlamos todas las variables que rigen el resultado de un proceso, y eso es simplemente imposible. Tanto si la decisión fue positiva, porque supimos conducir de una buena manera algunas de las variables y parte del proceso; como si al final todo salió opuesto de lo esperado, es inmaduro y completamente injusto juzgarnos con la nueva conciencia del contexto que tenemos. ¿Cómo ibas a saber que las cosas no iban a salir como esperabas, si no pasaban primero? No tiene sentido, pues, juzgarnos y castigarnos por incompetentes. No, no es obvio.

            Todo es negociable en esta vida, menos la muerte. Otro de los grandes paradigmas en la toma de decisiones es que una decisión tomada tenga que mantenerse “a capa y espada” aunque esté “mal tomada”. Ese concepto está ligado a una visión muy limitada del proceso. Tienes, en todo momento, la capacidad de renegociar, de comunicarte con los involucrados, de generar un nuevo plan, de ajustar las nuevas condiciones. Al final, es una opción viable que descartamos por los aparentes “costos mediáticos” en la fortaleza del líder. Pero, tanto si decides mantener la decisión, como si decides modificarla, ambas tendrán un costo. ¿Qué costo elegirías?

            Con el tiempo tomamos mejores decisiones, pero con errores más costosos. Decidir, independientemente del resultado, es una inversión. ¿Por qué? Si ponemos en una gráfica la cantidad de “malas decisiones” contra el costo de esas decisiones, nos daremos cuenta de algo muy interesante: al principio, se dispara la cantidad de estas decisiones, pero el costo se mantiene más o menos en el mismo rango; entonces, el “costo total” de “malas decisiones” aumenta por la cantidad, no tanto por la calidad de las mismas.

 Sin embargo, conforme pasa el tiempo, si tenemos un proceso relativamente normal de aprendizaje y no nos encanta tropezarnos treinta veces con la misma piedra, aunque se reduce exponencialmente la cantidad de malas decisiones que tomamos, aumenta el costo de cada una de ellas. Nos equivocamos menos, sí, pero cuando sucede, cuesta más.

            Cierro con una frase fabulosa de Séneca: “Aquél que es valiente, es libre.”. ¿A qué se refiere en términos del empresario estoico? Se refiere a que busquemos decidir (en el marco de la inteligencia emocional que hemos comentado) lo que nos acerque más a la tranquilidad, con el color de la conciencia y el del corazón, con el color de la aspiración del futuro, pero con el contraste de la historia que hemos escrito al momento. Siempre decidamos de tal manera, que no le debamos nada a ese momento, a esa decisión. Habrá momentos de tomar decisiones altamente razonadas y otras “a corazón abierto”, pero que sean siempre decisiones valientes, porque solo desde la valentía no le debemos nada a la empresa, no nos debemos nada como empresarios.

Siente y recuerda esa última decisión que te hizo sentirte plenamente satisfecho, independientemente de lo que resultó. Entonces recordarás que fuiste totalmente pleno y libre. ¡Esas son las decisiones correctas! ¿Por qué? Porque no les debes nada… y porque, desde esa lógica, si te sientes libre puedes aspirar a ser realmente un empresario estoico, un empresario feliz.

            Te deseo valentía en el próximo cuadro que estás por pintar, mi querido empresario y empresaria.

Queridos y admirados artistas todos, porque nadie sabe el valor que se requirió para pintar el cuadro que hoy ven sus ojos.

Nos leemos pronto…

Comentarios

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s