PILAR RIOJA

LIBRO DE FAMILIA.

                  Por Enrique Rioja

Podría bailar

en un tablado de agua

sin que su pie la turbase,

sin que lastimara el agua.

No en el aire, que, al fin, es

humano el ángel que baila.

No, en el aire no podría,

Pero sí en el agua.

                              Luis Rius.

“El vestido es parte del cuerpo e influye en la forma de bailar”, me dijo preocupada Pilar el año 76 cuando murió su modista preferida, la señora Carmen Vila. Entonces recordé aquel vestido de china poblana, aún colgado como nuevo en el ropero, que mi madre le confeccionó cuando tenía seis años para lucirlo en un 16 de septiembre. En aquel año de 1938, la niña Pilar bailó por primera vez la Jota acompañada por su padre Eduardo Rioja Rioja en la tradicional romería de Covadonga. Ella recuerda con nostalgia sus primeros bailes en las kermeses de la iglesia del Perpetuo Socorro y a su maestra de ballet Rosa Velia del Colegio Modelo, ubicado al final del paseo tradicional de la Avenida Morelos en la ciudad de Torreón que la vio nacer un 13 de septiembre de 1932. Decía mi madre, Casimira del Olmo, que la abuela Goya cortó el aire con un cuchillo para detener la lluvia y darle salero a la primera niña que nacía de su descendencia en América. Y la suerte fue vital, como lo sería en ocasiones claves en su vida, pues la niña nació con la ayuda de fórceps, siendo abandonada de inmediato por el médico que, preocupado por la salud de la madre, dejó en los brazos de una enfermera a la niña que se asfixiaba. Bendita mujer que salvó para el mundo el arte de Pilar Rioja.

   Pilar vivió su infancia en la casa de adobe de la abuela Goya, traída de España como cocinera de la hacienda de Santa Teresa, y estudió la primaria y secundaria en el Colegio Cervantes fundado por refugiados españoles favorecidos por el General Lázaro Cárdenas. En aquella casa alta de resaltadas vigas anidaban golondrinas y se hospedaban en sus veinte cuartos agricultores españoles amigos del abuelo Desiderio, hacedor de pelotas para los rebotes de toda la Comarca Lagunera. En uno de esos cuartos, la niña Pilar jugaba al baile montando sus primeras coreografías que a la edad de catorce años presentaría en el Teatro Princesa situado frente a la Plaza de Armas. Sin menospreciar los recuerdos de la niñez dejada en provincia, de entre los que se rescata una película de Imperio Argentina, Pilar añoraba las vacaciones en el rancho de su padre yendo en la troca, brincando por los angostos caminos flanqueados de pinabetes y mezquites, nadando en la fresca agua de las norias, como un sueño recurrente que refuerza su intención de ser alguien en la danza.

“Nunca me pregunté si me gustaba bailar; desde los catorce años no he dejado de hacerlo”, me dijo Pilar ante la pregunta sobre si nuestro padre la había obligado. Él fue su primer promotor, consiguiéndole presentaciones en las fronteras para luego llevarla al D.F. donde estudiaría con los maestros Peña y Tarriba, recomendándola este último para su presentación en El Patio. Pilar era una jovencita de dieciséis años cuidada celosamente por su padre; celos a los cuales ella hoy agradece en parte su dedicación a la danza que es su vida. “Mi papá me llevó a ver el ballet de Pilar López”, le dice en una carta a nuestra madre, “con ella vienen Roberto Jiménez, Alberto Lorca, Elvira Real y un bailarín mexicano que baila muy bien y que se llama Manolo Vargas”. Fue precisamente Manolo quien le dijo a mi padre que llevara a Pilar a España con El Estampío.

      En 1950 mi padre vendió el rancho para pagar los estudios de Pilar en España. Viajaron en el “Marqués de Comillas” en primera clase para regresar un año después en tercera. Vivieron en una pensión en la parte vieja de Madrid y mientras ella estudiaba flamenco con El Estampío, la escuela bolera con los Pericet, folclor con Elvira Real y Paco Ruiz, sobrino de Antonio El Chavalillo, mi padre disfrutaba del vino y la comida de su tierra, La Rioja. En cartas, mi padre comenta que la amiga de Pili, la paisana Magda Briones, también tomaba clases con los Pericet y que las jotas que antes bailaban juntas ahora las bailan mejor.

   El regreso de España fue triste y alegre a la vez porque mi padre dejó su tierra para volver a la familia, seguro de que el dinero invertido en Pilar había sido lo mejor que había hecho en su vida. Pronto Pilar se presentó en las fronteras y en El Patio para posteriormente hacer una gira de recitales con Magdalena Briones, Manolo Rosado y el pianista radicado en Torreón de origen catalán Alejandro Vilalta, terminando en México D.F. donde se disolvió la sociedad. Por vez primera Pilar tomó la decisión sin la opinión de mi padre y decidió pedir trabajo en un cabaret llamado “Gitanerías”, donde pasaría una prueba de danza iniciando una carrera más que difícil, cansada y peligrosa, trabajando diariamente con un día de descanso a la semana ante un público ruidoso, embebida en su danza desde el año 58 al 64 sin percatarse del ajetreo en el cabaret donde para muchos artistas pronto se agota la juventud, siempre aprendiendo de sus compañeros entre los que sobresalen: Elsa Rosario, Juan Legido, Acevedo, Leo Amaya, Ramón de Cádiz, David Moreno, Antoñito de Córdova, Manolo Medina y muchos más.

   “Gitanerías” fue para Pilar una prueba de seis años, pues fue la época de reflexión que determinó su identificación con la danza y la búsqueda de un estilo sólo encontrado en la sencillez de su persona. De noche trabajaba en el cabaret, de día impartía clases, ensayaba y visitaba diariamente a su madre enferma en el sanatorio. Quizás Imperio Argentina o Pilar López hayan dejado huella en su danza, pero se puede decir que cuando el musicólogo y arquitecto Domingo José Samperio fue a verla bailar por recomendación de la bailarina Leo Amaya, Pilar era ya un mirlo blanco, adjetivo que Samperio le adjudicó con motivo del primer concierto de Música Barroca de Castañuelas en Concierto presentado por Pilar en la Embajada de la República Española para conmemorar los ochenta años de vida del poeta español León Felipe.  “Algún día bailaré mis bailes en un teatro”, se decía Pilar ante el emocionado público de cabaret que la seguía noche a noche en “Gitanerías”.  El matador Rodolfo Gaona ahí la vio bailar y de su arte quedó prendado, surgiendo una larga amistad. Con el poeta León Felipe no se diga, Pilar acudió religiosamente a las reuniones del café Sorrento donde los intelectuales españoles soñaban con la caída del dictador Franco.

   Retomar la presencia del musicólogo Samperio es esencial, pues él trajo aquel ángel que guardó el arte en la guerra de España. Samperio comulgaba con las ideas estéticas de Lorca, Falla, Alberti, León Felipe, Hernández, etc., con quienes compartió largas charlas de café hablándoles sobre la danza y las castañuelas en concierto. Antes había intentado trabajar con la bailarina mexicana Lucero Tena, pero ésta decidió irse a probar suerte a España. El encuentro con Samperio fue un respiro esperado luego de las penurias que Pilar pasó en Nueva York con la enfermedad de su madre, quien tras una costosa operación quirúrgica no alivió su mal del Parkinson. Los años 64 y 66 fueron dolorosos; primero murió nuestro padre y casi un año después nuestra madre; fueron años de transición y contacto con intelectuales y artistas como el pintor Héctor Xavier, la poetisa Pita Amor, la actriz Ofelia Guilmain, los escritores Paco Ignacio Taibo, Genovés, Segovia, Ángel González y el mismo poeta Luis Rius con quien se casó en 1968. Los ensayos siguieron siendo agotadores, Pilar se ganó la vida impartiendo clases, presentándose en teatros de provincia y de vez en cuando en la Casa de la Paz de la capital, además de montar coreografías para los conciertos que Samperio pensaba conseguir en España precedidos por la primera presentación de Pilar en Bellas Artes en el año de 1967.

   Luego de unas breves vacaciones de Pilar por la Costa Brava, Samperio murió sorpresivamente en 1968 dejando a Pilar sin ninguna relación con el mundo artístico de España, cayéndose los planes del desdichado musicólogo que volvió a su tierra quizás para morir. Un mes antes, Samperio y Pilar habían visitado al famoso bailarín Antonio El Chavalillo no recibiendo el apoyo por él ofrecido en México, salvo una comida que dio en honor de Pilar. Pero Pilar no desaprovechó el tiempo y estudió con la reconocida bailarina Regla Ortega en espera de una oportunidad de presentarse en Madrid, ocasión que se dio gracias a los escritores Caballero Bonal y Daniel Sueiro, quienes la relacionaron para actuar en el Teatro de la Zarzuela donde la crítica atestiguó su calidad. Sin embargo, la mala suerte no desapareció y sufrió una lesión de tendones que le imposibilitaron de bailar por un año, lo que la motivó a volver a México.

   Los años 70 marcaron el inicio de la consolidación artística de Pilar quien volviendo a triunfar en México, Centro y Sudamérica, aprovechó como cualquier aspirante una audición en Bellas Artes ofrecida por el Sr. Bloom, gerente del Carnegie Hall, logrando una presentación en la sala de recitales del famoso Teatro neoyorkino donde fue vista y contratada por los representantes del Teatro del Repertorio Español de Nueva York y productores de Radio City, prometiéndole, estos últimos, un recital que se convirtió en una indignante presentación de relleno. A partir de entonces Pilar cumple cada año con su temporada en el Teatro del Repertorio Español de Nueva York y en algunas otras ciudades de la Unión Americana. Fue precisamente en estos años cuando conoció a Manolo Vargas de quien recibió asesoría y crítica constante en sus ensayos diarios.

   Al dolor por la muerte de Samperio se sumó otra tragedia; el endeble avión enviado por Anastasio Somoza se estrelló en el mar muriendo entre muchos amigos de Pilar su cantaor Antoñito de Córdova y su guitarrista Simón García. Nuestra hermana Milagros –otra vez la suerte– decidió no ir con ellos días antes del trágico accidente donde murieron trece de sus alumnas del Club España de México. Pilar, deshecha, tuvo que rehacer rápidamente su trabajo con otros artistas que suplieran a sus amigos ante la inminente gira que el año 75 haría a la URSS realizando 35 conciertos en mes y medio por todas las Repúblicas, logrando tal triunfo que se le contrató a partir de esa fecha doce ocasiones más, invitándosele a dar clases a los profesores de la escuela coreográfica del Bolshoi y a la famosa escuela de coreografía Gitis. Tan aceptado es su arte que el escultor David Narovitskiy, para quien posó Maia Plisetskaia y Alicia Alonso, hizo una escultura de Pilar.

   El año 78 merece una mención aparte por su participación en la ópera Carmen con Plácido Domingo en Bellas Artes.

   A inicios de los años 80 Pilar fue dos veces a Cuba porque, según comenta ella, ahí se baila bien y se valora la danza. Quiso ver la respuesta de un público culto ante el cambio de su estilo influido por el nuevo vestuario que le diseñó Guillermo Barclay. “Montar un baile con los vestidos de Barclay es otra cosa”, dice viendo en un ensayo bailar el Taranto a Carmen Mora, bailarina española con la que pronto se identificó pero que por azares del destino murió al año 81 en un accidente yendo hacia Torreón. Este es un aviso de muerte en la coincidencia, pues nuestros padres murieron un martes 10 y Luis Rius el martes 10 de enero del 84, alcanzando a ver el video que Pilar grabó para la biblioteca del Lincoln Center. Fueron años de trabajo y homenajes: los Críticos de Teatro y Música de México le otorgaron un diploma, en su ciudad natal le erigieron una estatua colocada en el cruce de las avenidas Morelos y Colón, gracias al entusiasmo del entonces jefe del Instituto Municipal de Cultura, Francisco Fernández Torres. El recital de Pilar en el Central Park de Nueva York fue impactante al aire libre ante cinco mil espectadores. Se presentó una vez más en el Festival Cervantino ahora en compañía de la actriz española Nati Mistral triunfando con Aires y Donaires. El azar volvió ahora para bien en el arte, cuando al escultor José Luis Padilla le solicitaron una estatua que represente el arte en forma abstracta para el Palacio del Arte en Morelia, Michoacán. Ante la obra expuesta frente al jurado calificador alguien exclamó: “¡Esa figura es Pilar Rioja!”. A partir de entonces dicho Palacio otorgó a los toreros pequeñas Pilares como trofeos. En el año 90 el novillero Arturo Gilio, paisano de Pilar, ganó uno de estos trofeos. Y en ese mismo año Pilar cerró su temporada con tres conciertos en Bellas Artes.

   “Yo bailo para que me quieran” suele decir Pilar; quien, a través del aplauso, poemas, pinturas, dibujos, esculturas, artículos, dedicados a su persona, se sabe querida. Para ella el descanso es el cansancio y la vida es la danza; la única forma de manifestarse, como ella dice: ser algo en esta vida. Estar despierta todo el día en la danza.

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