
Cambiar al mundo
Aunque suene un poco hippie, recuerdo una frase de épocas de antaño que acuñó Margaret Meade, antropóloga y poeta de los años 70: “Never believe that a few caring people can’t change the world. For, indeed, that’s all who ever have”. “Nunca dudes que un pequeño grupo de ciudadanos pensantes y comprometidos pueden cambiar al mundo. Porque, de hecho, eso es lo único que tienen”. Y concluyo la reflexión con uno de los dichos del Padre Arrupe, Jesuita Vasco de Bilbao casi Durangués (pues Durango, Vizcaya, está a unos 20 minutos de Bilbao): “No me resigno a que, cuando yo muera, siga el mundo como si yo no hubiera vivido”.
Como verán, estos personajes citados se resistieron a claudicar. Por su parte, la señora Meade, quien murió en 1978, ya luchaba por los derechos de los aborígenes en Oceanía y por el cuidado de la tierra. Y Arrupe, pues es el padre de la resiliencia cuyas acciones y consejos están más vivos que nunca.
En el mundo y en nuestro país damos casi por sentado que no se puede ganar con grandes ideas apoyadas por minorías. Me pregunto qué habrán pensado los filisteos e israelitas cuando vieron a Davidcillo contra el grandote de Goliath; o los hermanos Wright después de los catorrazos que se pusieron al intentar volar sus aviones; o Martin Luther King y Charlie Parker, quien tocaba el saxofón a 200-300 compases por minuto… Y entonces concluyo: ¡claro que se puede! Hoy todas esas grandes acciones generaron un mundo diferente. Sólo reflexiónenlo.

La tierra —planeta azul, esférico y sensacional— existe para todos nosotros. “We are the world”, decía una canción. No podemos ni debemos estar contentos sintiéndonos insatisfechos. Muchos o pocos, debemos acumular un buen capital social (como cuando el Club Rotario participaba en las políticas económicas) y con ello convencer a la sensatez para que prevalezca.
Muchos podrán pensar “pobre tonto, necesita otro Single Malt The Balvenie de al menos 12 años para que recapacite y se dé cuenta de su ‘utópico’ pensamiento”. Pero no creo estar tan errado y lo refuerzo cuando me acuerdo de Star Wars, la Guerra de la Galaxias, donde pocos con la misma idea acabaron cambiando —más allá de la película— el modo de apreciar la vida. ¿O apoco ustedes no conocen a alguien que se llame Han Solo, o de perdido a alguien a quien le digan “El Yoda”? Ahí el imperio perdió y el nuevo orden perduró. Todo esto cuesta, pero sí se puede cambiar el mundo empezando con un ajuste… cambiando nosotros mismos.

Se me ocurre iniciar este cambio dándole prioridad al acceso a la educación preescolar. En México, en el 2018, sólo el 41% de nuestros niños tuvo oportunidad de acceder a la escuela, de aprender a leer y escribir; sólo el 41% de los niños del país tuvo chance de insertarse en este mundo y sus modernidades. Hoy, cinco años después, el acceso sólo lo tienen el 36.2%, cifra que sólo compromete más el futuro del país, genera más ignorancia, pobreza, y seguramente también mermará la generación del PIB.
El mes de mayo celebramos el Día del Maestro, día de San Juan Bautista de La Salle, profesor excelso, y de San Isidro Labrador, quienes juntos regaban sus cosechas y las cuidaban; uno alimentos en surco y, el otro, buenos chamacos en las escuelas.
Felicidades y suerte a todas las y los maestros. Dios los ilumine y ojalá eduquen bien a mis nietos; nada del Che Guevara ni de Nelson Rockefeller, solo simplemente Pitágoras (c2=a2+b2) y Einstein (e=mc2). Por Favor, Please, Per Favore, S’íl vous plait.
Ánimo.
