DEPREDADORES DE LA FAUNA LABORAL
- RAÚL ERNESTO GONZÁLEZ PINTO, Consultor en ESTRATEGIAS DE CAMBIO organizacional y capital humano
Un ambiente laboral emocionalmente tóxico es aquel en el que predominan el miedo y la ansiedad, y en el que son comunes la desconfianza, la agresividad, la falta de solidaridad y el conflicto entre sus integrantes, así como la humillación e intimidación sistemática de los más vulnerables.
Basta con que uno de los individuos con más poder en el grupo (con frecuencia el jefe) recurra al abuso emocional impune para que un lugar de trabajo, que de otra forma sería considerado sano, resulte venenoso. Sin embargo, no basta con deshacerse del elemento negativo para que el ambiente emocional recobre la sanidad. A menudo los empleados que sobreviven laboralmente al abuso quedan tan emocionalmente dañados que resulta necesaria una intervención profesional para reparar los daños.
En su libro Emociones tóxicas en el trabajo, Peter Frost argumenta que en las organizaciones se producen “toxinas” de dolor emocional en su accionar cotidiano. Si estas toxinas no son manejadas adecuadamente, éstas se esparcirán a lo largo y ancho de la empresa. A los responsables de generar emociones tóxicas en sus equipos de trabajo yo les llamo “villanos organizacionales”. Estos individuos deliberadamente debilitan y degradan a sus colaboradores por medio de ataques impredecibles, humillantes, malévolos e intimidatorios.
En línea con esta idea, Howard Stein, un consultor organizacional, plantea que los espacios laborales se han convertido en “lugares de oscuridad” en los que frecuentemente predominan la brutalidad emocional, la violencia psicológica y la deshumanización. Por ello, en toda empresa debería existir al menos un “toxicólogo emocional” que escuche, muestre empatía, compasión e incluso sane a aquellos que han sido víctimas de las toxinas emocionales esparcidas por los villanos organizacionales. Doy cuenta, a continuación, de algunos de los especímenes más nocivos de la fauna organizacional,
Pulpos y rinocerontes de escritorio
Todos los hemos padecido en nuestro espacio laboral: compañeros que te dicen, o te dan a entender, “Estás mal, Godínez, yo soy la octava maravilla, ¿y tú quién eres?”, y colegas que te “sueltan su veneno tóxico” para luego hacerse los inocentes. A los primeros les llamo “rinocerontes”, y a los segundos “pulpos”. O, por lo menos, versiones de pesadilla de los mismos.
EL RINOCERONTE. Es miope y embiste todo lo que encuentra a su paso. Las personas con este chip están tan centradas en sí mismas que pierden de vista la realidad del otro. Es decir, entre más seguros se sienten de “su verdad”, más inseguros se sienten ante la verdad del otro y prefieren imponer ante su dificultad o imposibilidad de convencer.
Es el típico superior o compañero de oficina que raras veces reconocerá que está equivocado y, ¡cuidadito con que le señales que cometió tal o cual error! En lugar de reconocerlo, te dirá: “¿Cuál error? Tú eres el que no entiende”. Y en dos que tres patadas, te volteará la sartén por el mango para jalarte a su poderoso campo gravitacional.
El rinoceronte no se siente cómodo mostrando afecto porque está acostumbrado a retar, confrontar, e incluso intimidar. Hace algunos años, en un curso que impartía a un grupo de gerentes, les pregunté: “Si tú fueses un animal, planta u objeto, ¿cuál escogerías para representarte a ti mismo?”. Sin chistar, uno de ellos se describió como un tanque de guerra. Cuando le pregunté por qué, se vanaglorió de infundirle miedo a sus subalternos, intimidándolos y reprendiéndolos. Si bien los humanos-rinoceronte con frecuencia son personas altamente inteligentes, a menudo pierden de vista la perspectiva de otros por estar casados con su propia verdad.
MEDICINA PARA CURAR AL RINOCERONTE: Ten la humildad de escuchar a los demás, la sensibilidad para conectarte emocionalmente con ellos y mostrarles empatía.
EL PULPO. La personalidad pulpo es pasivo-agresiva: cuando más descuidado o distraído te encuentras, éste intenta atraparte con sus tentáculos. Es tan rápido que, cuando volteas a ver lo que sucede, se comporta como los pulpos en la vida real que se defienden soltando un chorro de tinta para enturbiar el agua y escapar.
Es el típico colega o colaborador que “tira la piedra y esconde la mano”. Si hace un comentario ofensivo, indirectamente dirigido hacia tu persona, en el momento que intentas comprobar si efectivamente escuchaste lo que creíste escuchar, el pulpo humano dispone de un verdadero arsenal de evasivas para cubrirse: “No, ¿cómo crees que iba a decir eso de ti?”, o: “¿Tú que entendiste?”. O quizá: “Nombre, te lo decía en broma, ¿a poco te lo creíste? ¡Relájate, no seas paranoico!”, o bien: “Sí, tal vez le haya mencionado a Felipe que me parecías un payaso, pero, aunque no me lo creas, en realidad me refería a tu sensacional sentido del humor”. Y tú piensas para tus adentros: “¡Con estos amigos no necesito enemigos!”
Los pulpos son cobardes y enredosos, y como dice la acertada canción de Pedro Infante, tienen cara de “yo no fui”: el escozor de su toxicidad lastima, pero rehúyen la sinceridad y la transparencia. Es como si subrepticiamente soltaran ramas llenas de espinas a tu paso con la esperanza de que te enganches. Y, si te llegas a enganchar, cínicamente se justificarán diciendo que te regalaron una rosa y que qué pena que sólo seas capaz de verle las espinas. Sin embargo, en tu interior, tú estás convencido de que el dolor de la espina es real.
MEDICINA PARA CURAR AL PULPO: Valentía para hacerte responsable de tus actos; confronta tus miedos: ¿qué te impide ser directo y sincero con tus interlocutores? ¿Por qué la necesidad de esconderte en tu propia “tinta” y, así cobardemente, enturbiar tu vida y la de los demás?
Lo cierto es que todos hemos tenido nuestros momentos “rinoceronte” y nuestros momentos “pulpo”: en ocasiones nos obstinamos con nuestras ideas y en otras nos falta valor para defenderlas. Algunos tendemos a cargarnos más hacia un lado o hacia el otro, según nuestro temperamento y personalidad, y es hasta cierto punto normal. Lo realmente lamentable sería empezar a sentirnos extrañamente cómodos con la afilada punta de nuestro cuerno “rinoceril” o la farsa de nuestra “pulpesca” tinta pusilánime.
Hostiles y neuróticos
Hay autores que visualizan de manera distinta a aquellos que a diario nos llenan el calcetín de piedritas. Una de ellas es Hara Estroff, editora de la revista Psychology Today, quien identifica dos variantes del villano organizacional.
EL HOSTIL. Cínico, irritable, desconfiado, a veces explosivo, no reconoce cuando está equivocado. Es el caso del jefe autoritario, quien se preciará de “poner en su lugar” a aquellos subordinados que se resistan a su control absolutista.
Son muchas las empresas que se resisten a prescindir de los servicios de los jefes dictatoriales por una razón muy sencilla: le meten miedo a la gente para que “se alinee por la derecha”, garantizando así a los altos mandos que “las cosas están bajo control”. En casos así, el hostil gozará de impunidad para seguir haciendo de las suyas por considerarse intocable, y sus víctimas serán simples peones a los que hay que sacrificar para ganar el juego.
Engañosamente, la agresividad del villano hostil no siempre es manifiesta, pues en ocasiones – como el pulpo – se muestra pasivo-agresivo, diluyendo así su hostilidad para no despertar sospechas. Esto se manifiesta cuando le da largas a las cosas o cuando se le “olvida” cumplir sus promesas. En todo caso el resultado es el mismo: sabotear los sueños de otros.
EL NEURÓTICO. Negativo y pesimista, exagera las dificultades que encuentra en su camino haciéndolas ver más grandes de lo que son. Es decir, en cualquier charco se ahoga. Su actitud lo lleva a ponerle “peros” a las cosas debido a su ansiedad y desesperanza. Lo peor del caso es que el neurótico prefiere ver su pesimismo como “realismo” y el optimismo de otros como ingenuidad. Por ello no se da cuenta de que con sus exigencias y constante preocupación orilla a sus interlocutores a la desesperación, ya que nunca está contento con aceptar las cosas como son.
Un neurótico en un equipo de trabajo bloquea los proyectos, por oponerse a los cursos de acción acordados por sus compañeros; invariablemente se mostrará convencido de que “las cosas van a salir mal”, con el consecuente riesgo de arrastrar a los demás a la improductividad y el fatalismo. Si bien existe la tentación de etiquetar a una persona así como “difícil”, resultará más efectivo no desesperarse con ella, ya que es probable que en sus repetidas objeciones se oculte una parte de la verdad.
Tigres de papel
Virginia Satir, una reconocida autoridad en el tema de las relaciones humanas, estima que muchos de estos villanos recurren a la agresión como un distractor para evitar que nos demos cuenta de sus inseguridades personales. Es el caso de aquel que reparte culpas por todos lados: “Otra vez volviste a ‘regarla’ Juanita, ¿cuál es tu problema?”. Pretende ser alguien poderoso, pero la verdad es que en su interior se siente frágil e inútil. No le interesa escuchar, ya que le resultará más importante maltratar que entender. Como no se siente valioso, se empeñará en que los demás lo obedezcan para darle sentido a su hueca existencia.
En ocasiones, lo que compele al villano organizacional a actuar de la manera en que lo hace es su resentimiento contra la propia empresa, a la que responsabiliza de sus propias fallas. Para desquitarse, incurre en actos de sabotaje, revela información confidencial, o recurre al rumor y los chismes.
Los expertos han acuñado el término “workplace incivility” (incivilidad en el lugar de trabajo) para referirse a acciones como las arriba descritas, y la definen como la suma de aquellos comportamientos de baja intensidad motivados por el deseo de causar daño, en violación a las normas laborales del respeto mutuo. Los empleados jóvenes, del sexo masculino, son los más propensos a incurrir en este tipo de conducta desviada. Sin embargo, como aquí hemos podido constatar, los especímenes nocivos de la fauna laboral vienen en todos los olores, sabores y colores.