
Diseñar aprendizajes para el mañana, no para solucionar el hoy.
Diana González.
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Hemos esperado largos quince meses para intentar “regresar a la normalidad”, o por lo menos “adaptarnos” a una nueva normalidad. Sin embargo, hemos dejado de lado una pregunta distinta: ¿y si no regresamos a la normalidad? ¿Y si la forma en la que hemos planteado la vida cotidiana exige una nueva dirección?
¿Qué porcentaje de nuestras actividades diarias han regresado a su estatus de “normal”, o lo que conocíamos hasta marzo del 2020 como cotidiano, y qué porcentaje se ha modificado tal vez para siempre? Sólo podremos respondernos esta pregunta después de una reflexión sincera y profunda con nosotros mismos, no podremos negar que habrá sin duda algunas tareas o aspectos que consideremos que hoy son mejor que antes, una de ellas es que debimos aprender de nuevo a convivir en familia, o a hacer el super de forma virtual ahorrándonos tiempo, o a aprender más de lo que estábamos acostumbrados en formatos digitales y, por qué no decirlo, a divertirnos de otra forma, como lo han sido los miles de conciertos streaming que se han realizado. Pero qué tanto estamos dispuestos a cambiar y a reconocer este cambio como positivo considerando que como seres humanos nuestro rechazo al cambio es inherente a nuestra propia naturaleza. Estamos tan apegados a lo “normal”, que arriesgarnos a dejar lo seguro por una apuesta que resulte nueva o insegura es casi impensable.
Lo que es cierto es que se nos han exigido, en todos los ámbitos de nuestra vida, nuevas formas de hacer las cosas, de resolver los problemas, de acercarnos a los nuestros y a los no tan nuestros pero que son nuestra comunidad, hemos tenido que arriesgarnos a proponer nuevas alternativas, modelos y formatos. El concepto de innovación ha sufrido una evolución acelerada; de ser una idea en sus inicios asignada a las ciencias y a la gestión de empresas, es hoy un concepto de uso cotidiano y valdría la pena contar cuantas veces la leemos o escuchamos en un solo día. No obstante, nos cuesta identificar la forma de innovar en nuestro entorno laboral. ¿Cómo encontrar la metodología ideal para innovar si no estamos dispuestos a equivocarnos, si no somos capaces de tomar riesgos y aprender de los errores?
Un primer paso es estar dispuestos a aprender nuevos conceptos, habilidades, procesos, para hacer nuevas conexiones y crear alternativas de solución distintas. Para Elena Martín Ortega, de la Universidad Autónoma de Madrid, “La complejidad de la realidad mundial actual plantea variados desafíos en los diferentes espacios de la vida. La Educación se presenta como uno de los escenarios de acción que requiere constantes diagnósticos de situación y toma de decisiones en función de distintas variables desde la articulación de sus diferentes niveles”.
El compromiso que cada uno tomamos sobre nuestras propias necesidades de aprendizaje debiera ser revisado y valorado constantemente, abordar temáticas nuevas y promover el diálogo y el pensamiento crítico nos dará como resultado un nuevo significado o resignificación de los saberes profesionales.
Conceptos como Pedagogía, cuyo estudio centra su interés en el proceso de enseñanza aprendizaje especialmente en los niños; o la Andragogía, entendida como el conjunto de técnicas de enseñanza – aprendizaje en donde los aprendices son adultos. Ambas tienen hoy una evolución, un paso hacia adelante, sumando un término acuñado desde el año 2000 por Steward Hase y Chris Kenyon, la Heutagogía, término que hace referencia al aprendizaje autodeterminado de los adultos principalmente, superando los términos anteriores. En el proceso heutagógico el aprendiz es protagonista y director, este es el autor, controlador y evaluador de sus propias experiencias de aprendizaje, aquí el mediador o mentor solo es un guía que acompaña el proceso y con quien se debieran compartir puntos de vista, ideas, nuevos conceptos o probablemente, también se discutan desacuerdos. Sus elementos de diseño son: contratos de aprendizaje, curriculum flexible, evaluación flexible y negociada.
Aprendimos que “aprendemos” en la escuela, y hoy resulta que nada está más lejos de ello que las nuevas plataformas ofrecen un formato muy valiosos para aprender y reaprender, construir, o proponer; la perspectiva de diseñar cursos para transferir conceptos, contenidos, aprendizajes cuadrados o poco flexibles se ha quedado atrás, la línea divisoria entre aprendizaje formal y no formal se desdibuja constantemente. Hoy tenemos la obligación de diseñar aprendizajes para desarrollar habilidades a la par de construir conocimientos, habilidades para que los ciudadanos digitales sean capaces de ofrecer soluciones innovadoras, pero sostenibles y sustentables, diseñar aprendizajes no para resolver problemáticas de hoy, sino para proponer la visión del mañana, no dentro de un mes, sino alternativas de vida que funcionen dentro de 10 años.
Frases como que “las nuevas generaciones son responsables de construir un mejor futuro”, o que son ellos quienes “tendrán el compromiso de proponer innovaciones”, no nos funcionan, quedaron completamente fuera del contexto actual, dejaron de tener significado.
Las tendencias en cada rama o ámbito profesional están dadas, basta con leer cotidianamente artículos de valor y de observar nuestro propio comportamiento. El compromiso de un mejor futuro es de cada uno y de todos, y la ruta más simple para ello es nuestra habilidad para adaptarnos al cambio, pero proponiendo soluciones valiosas, arriesgándonos a ser distintos, dejando de lado el miedo al error.
