
La autoestima en los adolescentes
En su libro “Vivir en el Alma”, Joan Garriga define la autoestima como amar lo que somos tal como somos a cada momento, con lo que emerge de nuestro cuerpo, nuestros sentimientos, pensamientos, sueños, conductas, anhelos y recuerdos. Autoestima es amar y abrazar lo que cada momento trae y regala a nuestra experiencia.
Para este autor es necesario comenzar por despedirnos del ser ideal que nos gustaría encarnar. Muchos piensan todavía que autoestima es amar el personaje perfecto que imaginan que deberían de ser en lugar de lo que son. De ese modo, se olvidan de quererse tal como son ahora mismo: el único momento en que realmente pueden hacerlo.
El desarrollo de la autoestima tiene su inicio en la infancia, sin embargo, la adolescencia es uno de los períodos más críticos para su desarrollo. El desarrollo de esta práctica empieza desde que el bebé nace y depende del trato, el cariño y el respeto que recibe.
Si cuando el bebé llora porque está molesto, mojado o tiene hambre, llega su mamá y lo toma en brazos, lo acaricia, le habla suavemente y elimina su molestia, el bebé se tranquiliza.
Sabe que todo está bien. Se siente seguro, confiado, querido y aprende a confiar en el mundo.
Por otro lado, si sus necesidades no son atendidas, el bebé se siente incómodo, tenso e inseguro. El niño pequeño piensa que todo está relacionado con él. Si lo cuidan, es porque él es importante, si no lo atienden o no se siente querido, es porque no es digno de ser querido y porque él está mal. Cuando se da esta última situación, empieza a formarse una autoestima baja y una serie de etiquetas negativas.

Cuando el niño se considera malo, tonto o desobediente, porque así fue calificado, se va a comportar de esta manera y muy probablemente va a seguir recibiendo los mismos juicios, que lo han alimentado durante esos primeros años. A medida que el niño va creciendo, su autoestima se fortalece o debilita, de acuerdo a las nuevas etiquetas que le ponen los demás y que se pone él mismo, porque está convencido de que son ciertas.
Cuando el niño crece y pasa a la adolescencia entra en una etapa en la que su principal tarea es lograr su identidad. La identidad significa saber quiénes somos y cómo encajamos en el mundo. Exige que tomemos todo lo que hemos aprendido acerca de la vida y de nosotros mismos y lo moldeemos en una autoimagen. Sin embargo, el niño entra en la adolescencia con creencias y etiquetas acerca de sí mismo, las cuales se va a cuestionar.
Así, en esta “crisis de identidad” puede rebelarse y rechazar cualquier valoración que le ofrezca otra persona, o puede encontrarse tan confuso e inseguro de sí mismo que no haga más que pedir a los demás su aprobación. El adolescente pasará inevitablemente por una reorganización crítica de su manera de apreciarse.
Dependiendo del nivel de autoestima que el adolescente tenga, así se verán influidos el resto de aspectos de su vida: escolar, familiar, afectivo, intrapersonal. Los adolescentes con una alta autoestima se tienden a sentir queridos y aceptados por su entorno, suelen mostrarse optimistas respecto a su futuro, tienen objetivos a cumplir, se hacen responsables por sus decisiones y conocen sus fortalezas y debilidades. Por otro lado, los adolescentes con baja autoestima tienden a tener una falta de confianza en sí mismo y en sus capacidades, falta de responsabilidad o compromiso, se pueden considerar inferiores a los demás y sienten inseguridad y miedo al fracaso.

Violeta Oaklander, psicoterapeuta infantil y adolescente, da algunas pautas básicas para que los padres refuercen los sentimientos de valía en sus hijos:
- Escuchar, reconocer y aceptar los sentimientos del niño.
- Tratarlo con respeto.
- Aceptarlo como es.
- Usar mensajes “Yo” en lugar de mensajes “Tú”: “Yo estoy molesto por el ruido de tu tocadiscos”, en vez de “Tú eres tan bullicioso”.
- Ser específico en las críticas, en lugar de “Tú siempre…” o “Tú nunca…”.
- Darle responsabilidades, independencia y la libertad de elegir. Aunque necesite firmeza, reglas y control, necesita con mucha mayor urgencia algún espacio en su vida para aprender a manejarse a sí mismo.
- Involucrarlo en la resolución de problemas y la toma de decisiones que atañen a su propia vida.
- Respetar sus sentimientos, necesidades, deseos, sugerencias, sabiduría.
- Permitirle experimentar, perseguir sus propios intereses, ser creativo o no.
- Recordar el principio de unicidad: es maravilloso y sorprendente en su propia unicidad, aunque ésta pueda ser muy diferente de la nuestra.
- Ser un buen modelo —pensar bien de nosotros mismos, hacer cosas para nosotros mismos. Darse cuenta de que es bueno apreciarse—.
- Evitar ser criticón, dar muchos “deberías” y consejos innecesarios.
Lic. Sara Martínez Cabello
Psicoterapeuta gestalt infantil y adolescente