
Segunda parte de mi historia en Tepito.
Y sigue la mata dando…
ENTRE LA CRIMINALIZACION Y EL ORGULLO DE SER TEPITEÑA
Mi nombre es Mayra Valenzuela Rosas, tengo 41 años y desde hace 41 años vivo en el barrio de Tepito. Del hospital me trajeron para acá. Tengo un hermano y una hermana más grandes que yo. Soy la más pequeña y la más rebelde, no fui de esas que mantuvo las tradiciones. Fui al jardín de niños de a la vuelta, el María Elena Chanes. Después, a la Escuela Primaria Estado de Zacatecas que se cayó con el temblor de 1985. La unidad en la que vivía quedó completamente devastada. Nos trasladaron a una escuela, la Guarneros, y tomábamos clases por televisión. En el patio de abajo jugábamos con los niños al bote pateado y al fútbol. De ahí, hubo un proceso de participación con la fundación norteamericana The Chambers; con los padres de familia, los maestros y la comunidad; la primera marcha a la que asistí en mi vida fue por la educación pública, gratuita y para que tuviera una escuela digna.
Siempre fui una niña muy estudiosa. Me encantó la escuela siempre, mi peor castigo era no ir a clases. En 1998, un candidato a presidente —nos quitó tres ceros al peso, era orejón y pelón y robó un montón— hacía campaña y vino al barrio. Yo me atreví a pedirle las bancas de mi escuela y nos las dio. Somos cinco generaciones que hemos vivido en esta colonia: mi bisabuela, Ernestina; mi abuela; después mi padre, Luis; mi generación, y ahora mis hijos.
Toda esta zona ha sido un lugar de identidad y tradición. Retomando la historia de la colonia, desde 1521 Tepito fue la cuna de la esclavitud; el Emperador Cuauhtémoc se refugia en un pueblo que tiene bravura y resistencia, en este territorio. Antes era zona de caballerizas pertenecientes a Hernán Cortés, después se convirtieron en vecindades. Fue una zona cero, enfrente estaba El Quince a donde venía Porfirio Díaz; era el punto rojo, la zona de prostitución. También venía Carlotita a chingarse sus pulques.
Es decir, todo esto implica la relación entre identidad y cultura. Yo he descubierto esta parte de mi identidad caminando por el barrio, específicamente en un monumento que está a unas cuantas cuadras.
Fui a la secundaria 6 que está cerca del Zócalo y que era una escuela exclusivamente de niñas. Al terminar, entré a un bachillerato cerca de Metro Coyoacán porque, en ese entonces, quería ser maestra, pero en el quinto semestre me di cuenta que realmente no quería dedicarme a dar clases. A partir de ese momento descubrí uno de los espacios que ha sido de los más importantes para mí: la Preparatoria Popular Mártires de Tlatelolco, mejor conocida como Plantel Fresno. Sin duda, salí del estatus de una vida rosa. Ciertamente, seguía las tradiciones familiares, salía de mi mundito de aquí y entraba a otro. En Fresno y Tlatelolco conocí a obreros y campesinos, lo que significó un parteaguas en mi vida, mi acercamiento con la preparatoria popular me hizo cambiar de ideas.

Cambié como ente político y comencé a entender lo que significaba la educación como un derecho gratuito, público y de calidad. Igualmente, me transformé en una persona que analiza científicamente lo que vive. En 1999 comenzó la huelga de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y le entré con todo. Fui la presa 1591 de la huelga, no me robé ni un lápiz. Al contrario, defendimos la universidad para que siguiera siendo pública y gratuita, con los 20 centavos que se pide de inscripción.
En ese momento, comencé a conocer los movimientos sociales y los procesos desde el año 2000 a la fecha y que tienen una implicación social y política, como el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, el Consejo General de Huelga de la universidad, Atenco, desapariciones forzadas, etcétera.
Los Valenzuela en Tepis
“Los Valenzuela”, el apellido que tengo significa mucho para mí. Mi abuelo vino del estado de Veracruz y su apellido, Valenzuela, no lo trae cualquier gente. Al principio es fuerte y me daba pena por Fernando Valenzuela el de los Dodgers y todo lo que implicaba. Mis hijos llevan mi apellido por decisión propia. En mi familia, pensábamos: “somos pocos y se nos va a acabar esta parte de la historia” y lo que buscábamos era reivindicarlo. Mi padre fue mecánico tornero, después quiropráctico y comerciante, pero una persona que siempre nos inculcó el respeto a la ley, las buenas costumbres, como ser honesto y puntual. Esos son los valores con los que yo pretendo que crezcan mis hijos. Vengo de una familia tradicional, en la que a lo mejor la cabra loca soy yo.
En esta unidad no tenemos problemas de drogas, ni dificultades entre los vecinos y si las tenemos todavía las podemos resolver. Estamos en un “predio amigo”, como le llamamos nosotros. Pretendemos que esto se replique en otros predios.
También defendemos el respeto a las actividades de nuestros vecinos, el hecho de no criminalizarlos. Entiendo que yo tengo un apellido, una identidad y cierta educación, debido a que mi mamá siempre estuvo al pendiente de mí y porque me gustaba la escuela. Mis padres decían que la única herencia que me iban a dejar era la escuela y que tratara de ser la mejor.
En la familia hemos vivido como muéganos. Mi familia, que es el pilar de mi labor, me ha enseñado a apoyar. Tengo el respaldo de mis tías y tenemos parientes postizos. No puedo dejar de mencionar la fuerza de las mujeres del clan, todas profesionistas. Los hombres no, desde ahí ya nos los chingamos. Uno sí, pero vive en Estados Unidos; aunque su calidad de vida sea mejor porque se fueron a trabajar y a estudiar allá, vienen al barrio y no se olvidan de sus raíces.

Tepiteña versus Tepitera
Durante la huelga de la UNAM sufrí un intento de homicidio dentro de la escuela, por parte del porrismo en complicidad con las autoridades universitarias. De ahí me convertí en un ente político —en un súper monstruo— que descubrió que la justicia la tienes buscar con tus propios recursos. Conocí instancias legales y supe que me tenía que defender sola. Era la peor contradicción del mundo: vivir en Tepito y ser baleada en Ciudad Universitaria. Esa lucha la trasladé a otras, como las marchas antiglobalización. Tuve una ruptura personal, porque comencé a visitar instituciones y descubrí que la única batalla que valía para mí era la defensa de los derechos humanos. En ese momento, los derechos se convirtieron en mi herramienta de lucha para todos aquellos que han sufrido abusos o están en búsqueda de memoria, verdad y justicia. Viví esa situación, pero también percibí otras. Pienso y veo al barrio de Tepito más jodido, pero más seguro que la universidad. Fui sacada del auditorio Che Guevara el 6 de julio de 2000. Después de eso, cuando llegaba al barrio ya no me ponía a alegar con la policía, sino a conversar sobre el Estado de Derecho para generar otras cosas, más que sólo enfrentamientos. Caí en cuenta de lo que implicaba tener una voz fuerte y de mando.
Cuando alguien habla mal de Tepito, dices: —¿A usted quién lo invitó? ¿Conoce? A lo mejor la primera vez le fue mal porque iba con la cartera de fuera—. Por eso invitamos que vengan a caminar el barrio y que conozcan a la gente. Así como hay gente cabrona, también hay gente bien solidaria.
Por ejemplo, si se muere alguien, la gente baja con su pancito, velas, café y rezan juntos. Mi abuela siempre iba con sus rosarios cuando alguien se moría. Tenemos una tradición familiar, el 11 de diciembre salen mis tíos a repartir agua, tortillas y tortas a los peregrinos que van camino a visitar a la virgen de Guadalupe. Los medios no vienen cuando se da la solidaridad y empatía.
Hay una gran diferencia entre ser tepiteño y ser tepitero. El tepiteño es aquel que vive y goza su barrio, el que nace, crece y se muere aquí. El tepitero es el que viene, trabaja y se va. Como mucha gente indígena que está ahora en los puestos, que toma aspectos de nuestra identidad, como los tenis, el pantalón entubado y el peinado. Bien lo decía mi comadrita Lourdes, la reina del albur: “En Tepito se trabaja a canto de grillo a canto de gallo”, desde la mañana hasta la noche. Si bien es en la noche cuando el barrio descansa, siguen pasando muchas cosas.
Safari en tepito y la participación vecinal
En la colonia hemos tenido muchos proyectos, uno de los más emblemáticos fue El Safari en Tepito, que es una adaptación de un programa que se llevó a cabo en los suburbios de Holanda, el cual buscaba eliminar la estigmatización y criminalización de los barrios. Se encontraron la actriz holandesa Adelheid Roosen y el actor mexicano Daniel Giménez Cacho con la doctora Eunice Rendón, investigadora y experta en prevención de la violencia y propusieron un proyecto de pacificación dentro de Tepito. Consistió en hacer teatro experimental, teatro del oprimido. En la sala de mi casa se hacía la obra de teatro. Un actor se venía a vivir 15 días conmigo al barrio y aprendía las experiencias del lugar. Hicimos dos temporadas con una infraestructura grande: venían motos por nosotros, se hacía aquí la escenografía, la producción y los streamings. Daniel Giménez Cacho encabezó el proyecto y la madrina fue la también actriz Rebeca de Alba. Cuando venían los seguían muchos actores para conocer el barrio.
Ciento cincuenta personas estuvieron caminando Tepito de noche, por diferentes rutas. De aquí me los llevaba al Maracaná y les iba contando mi historia. Por ejemplo: — Aquí me di mi primer beso… esta es la señora de la tienda—. Así fueron conociendo el barrio, y todo lo que implica, incluso la basura, las motos. Nos fue muy bien esa temporada con Giménez Cacho porque lo que cobraba una actriz, lo cobrábamos nosotros en cada función por organización y logística. Con la doctora Rendón, quien es una celebridad, hemos trabajado temas de prevención del delito y nos apoyó para poder observar el Safari Juárez. Fuimos siete personas a Ciudad Juárez, y les tuvimos que decir: —Todavía no nos llegan—. Nosotros siempre decimos: “Tepito existe porque resiste”, y resiste embates políticos, sociales y económicos. Yo no me considero líder, me considero pilar comunitario. Creo que eso he aprendido: los líderes se caen y lo importante es construir comunidad desde donde estés.
Pudimos trabajar muchas cosas en lo que respecta a la prevención del delito; trabajamos con el Consejo de Box haciendo competencias con los niños o haciéndoles una posada. Nunca se trató de darles por darles, sino construir con ellos y puntualizar las reglas de convivencia.

Doña Queta, “la reina del albur” y las otras cinco cabronas de Tepito
En el 2008 conocí a la artista visual nacida en Barcelona Mireia Sallarès y me invitó a un proyecto que se llama “Las siete cabronas e invisibles del barrio de Tepito, a las de ahora y a las que vendrán”. Era una oportunidad para hablar del rol de las mujeres. Aquí en Tepito siempre ha habido un boom hacia lo masculino, en el sentido que se festeja al boxeador, al bailarín, al padrote, pero no se reivindica la participación de la mujer en el barrio como pilar de familia; quienes sacan adelante a sus hijos y promueven la solidaridad y el trabajo comunitario. Insisto en lo importante que es la identidad. En este sentido, el proyecto de “Las siete cabronas” consistió en que las mujeres que participamos prestamos la voz para hablar de cuestiones políticas, sociales y culturales emblemáticas del barrio y así hacer visible el papel de las mujeres.
En este proyecto participó “la reina del albur”, una bailarina, Doña Chelo, quien había estado en la guerrilla, Doña Queta con el culto a la Santa Muerte, Vero, que siempre ha sido comerciante y Doña Melita, que si bien no es de Tepito vive aquí desde hace 70 años. Siete era un número cabalístico para nosotras. Hoy pienso que “Las siete cabronas” hemos muerto. Entregué la estafeta a las nuevas siete cabronas con un babero, que fue lo único que pidió Lourdes a Ricardo Seco el diseñador de moda. Él nos hizo la imagen de la playera, con el lema: “Si no es de Tepito es pirata”. El 13 de abril del 2019 que muere “la reina del albur”, decidimos que el tiempo de “Las siete carbonas” había terminado. Ahora, están las nuevas cabronas… y las que vendrán. Significa quitarme la camiseta y pasársela a las nuevas. Las siete ya hicimos algo, Somos y serán cabronas en el sentido de levantarnos, de saber que estamos en un lugar adverso y, a pesar de ello, podemos salir adelante. Esa es la implicación social y política de este proyecto. Entre las Nuevas siete cabronas se encuentra una maestra jubilada, una mamá que luchó con un niño con cáncer, la madre de un desaparecido, otra madre comprometida con el barrio, una chica que salió de prisión por ser mula y que estuvo en Japón alrededor de cuatro años y que decidió ser parte de la colonia.
Estigmatización y cohesión social
Ahora, mis hijos —uno de diez años y otro que cumplirá tres— vinieron a revolucionar mi vida. Uno en mi parte rebelde y otro que me sorprendió su llegada en la alcaldía, saliendo de un operativo. Mi hijo nació de seis meses. A partir de ese momento estoy con él, trabajo y soy mamá, mi día a día es: ve a la visita, a la oficina y regresar. Si yo era cabrona, él llegó a decirme: —Quítate que yo soy más cabrón, por aferrarme a la vida—. Me da orgullo que mis hijos tengan el apellido que tienen. Uno tiene el nombre de mi abuelo. A veces creo que su ombligo lo enterraron aquí, porque no nos queremos ir. Ser de Tepito es que cuando hay algún problema somos los primeros en salir y ayudamos. Es algo que se ha perdido, sentir el dolor de otros.
Soy una mujer con tradiciones y cultura: pienso que si no hubiera tenido los pilares de mis abuelos y mis tías, que cargaban a sus peregrinos en cada posada, no hubiera podido hacer muchas cosas. Mi abuela era muy tradicional, en el sentido de cantarle a la virgen, hacer las líneas con popotillo o hacer posadas y, sobre todo, sacar a los peregrinos, que Archivo de la familia Valenzuela, Familia reunida con la abuela, son muy antiguos. Mi madre siempre es interlocutora con los vecinos para apoyar a que pinten o poden; también es quien ahora está educando a mis hijos, porque yo trabajo, me voy en las mañanas y regreso en la noche. Si sabes las cosas que pasan en el barrio, sabes igualmente que por la derecha no debes tener miedo. Comencé a leer en libros que aquí hay historia y después vi que se rompió una plaquita de La Conchita que decía que Cuauhtémoc se refugió aquí, corroboré la cantidad de historia que tiene este lugar.

Yo soy de identidad tepiteña y es un barrio de cultura, a pesar de la criminalización y estigmatización que no es dirigida sólo a una persona sino a todo Tepito. Cuando llegan a señalarnos sabemos responder que es la fama que se nos ha hecho, debemos señalar que hay solidaridad y muchos valores. Todo esto se vincula directamente con tener una vida digna y justa, con todo lo que ello abarca: educación, trabajo, recreación, en general, con todos los valores. Desde el momento en el que mencionas que vienes de Tepito, automáticamente la respuesta de la gente es: —No, para atrás— y pienso: —No, el que se tiene que hacer para atrás eres tú—. Porque para que una persona pueda hablar de Tepito tiene que caminarlo, vivirlo, sentirlo y ver toda la solidaridad que se da entre la gente.

Por ello te invitamos a realizar un nuevo tour con nosotros, conoce el barrio desde sus entrañas y date cuenta por ti mismo de la riqueza cultural que Tepito emana. Realiza con nosotros el Tepitour. Saber que somos reales y compartimos muchas historias en común…. La primera es que somos seres humanos y solo vivimos en contextos diferentes. Es parte de la riqueza mexicana… Pronto daremos informes sobre el Tepitour y la marca de Ropa “Si no es de Tepito, es Pirata”.
Mayra Claudia Valenzuela Rosas
Defensora de Derechos Humanos
Tepito – 2022