Los pasos de la Independencia

Los pasos de la Independencia

Septiembre, ya sabemos, es el mes patrio. Sucede que hay fechas que con el tiempo se vuelven tradiciones a las que acudimos sin saber muy bien cuál fue el contexto en el que se desarrollaron, y por qué las celebramos. Se convierten en una salida familiar en la que seguramente habrá mucha gente reunida, un programa de música popular, comida por todos lados, un discurso de gobierno que terminará en un grito por nuestros héroes de la Independencia, y con suerte un poco de lluvia.

            Yo misma recordaba qué fue lo que aprendí cuando estuve en la escuela sobre esta fecha. Con algo de lamento rememoro que me explicaron y contaron muy poco, y más bien hice resúmenes o memoricé de un día para otro datos que fueron vaciados en exámenes, los mismos que seguramente mi memoria a corto plazo desechó después de aprobar la materia.

            A mi mente vienen las imágenes de las estampillas compradas en la papelería, de las cuales me pedían copiar el texto del reverso. En ellas aparecían, por ejemplo, un Hidalgo con un estandarte de la virgen de Guadalupe bien en alto, con expresión enérgica, dando el famoso grito de Dolores; un Morelos con pañoleta roja en la cabeza, de expresión también enérgica o una Josefa Ortíz de Domínguez, peinada con un chongo y vestida de colores oscuros.

            Luego me acordé que si bien la mayoría de mis profesores siguieron la exigencia del “macheteo”, hubo uno en secundaria que se le ocurrió hacer un viaje de estudios en el que visitaríamos distintos lugares por donde pasaron los insurgentes. Fuimos con el maestro de pueblo en pueblo por todo Guanajuato, y además de probar nieves de aguacate y de tequila en Dolores, ver zapatos en León, cajeta en Celaya y visitar a las momias y el callejón del beso en la capital del estado, también nos fue narrando la historia de Independencia mientras nos trasladábamos por carretera de un punto a otro.

            A decir verdad, lo que recuerdo con más claridad, tal vez por los tintes inverosímiles del relato, fue la parte donde “el Pípila” usa una losa ancha como protector antibalas para llegar casi a gatas a quemar la puerta de la Alhóndiga de Granaditas. Pero el dato más impactante que me quedó grabado, tal vez por lo sádico, fue que en ese mismo sitio, unos meses después, estuvieron expuestas en jaulas de hierro las cabezas de Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez, con una inscripción que decía “insignes fascinerosos y primeros cabecillas de la revolución”. Del resto de los acontecimientos, si he de ser sincera (tenía 13 años), no almacené nada que pueda mencionar.

            Me quedo pensando en lo que el común de los mexicanos aprendemos realmente sobre la historia de nuestro país. Pregunto a mi sobrino si sabe quién fue Hidalgo. Me responde que por supuesto que sabe, que es uno de los héroes que lucharon por la patria, que era cura y que estaba pelón, pero que a los lados tenía cabellos largos y blancos. Su respuesta me indica que en materia educativa no ha habido muchos cambios en más 20 años.

¿Qué leer entonces, quienes tenemos un rezago escolar en materia de historia de México? Obviamente podemos encontrar libros de historia interesantes y con todo el rigor de las fuentes y la bibliografía, pero también desde la literatura mexicana encontramos a autores elocuentes y divertidos que no solo nos cuentan de manera novelada algunos episodios de la historia de nuestro país sino que hacen de las figuras que todos ya conocemos personajes entrañables.

            Para aprender, y sobre todo, para desaprender del periodo de Independencia les dejo un título: Los pasos de López, de Jorge Ibargüengoitia. Un autor guanajuatense amante de la historia mexicana que tiene un increíble humor negro y satiriza de tal modo los hechos históricos que es imposible aburrirse. Y no es que crea que lo que escribe este autor sea la verdad, pues se trata de literatura, pero de literatura documentada, que precisamente juega a desacralizar la historia oficial, de quitarle el halo heroico que nos enseñaron desde la primaria.

            Ibargüengoitia presenta en su novela Los pasos de López la vida de Miguel Hidalgo, aunque como buena sátira no lo llama así, sino padre Periñón. Y es que la literatura, como espacio ficcional, es idónea para la crítica. En esta obra podemos seguir los pasos de un “Hidalgo” más humano y menos héroe, más empresario y político que cura; mujeriego, astuto, inclinado a la bohemia, al teatro y al arte; un hombre que se vio envuelto en una serie de circunstancias que en buena medida lo empujaron a terminar siendo, para bien o para mal, “el padre de la patria”. Podemos leer textos históricos serios (o lo que se entienda por serios), pero luego de leer la ficción de Ibargüengoitia no se puede volver a leer la Historia de México sin dudar de ella.

            Y si después de este libro queremos ir por un ensayo ligero pero conciso, recomiendo Historia mínima de México, editado por Fondo de Cultura Económica, un librito para traer en la bolsa e ir leyendo en cualquier sala de espera o rato libre. En él aparecen acontecimientos que han dejado huella en territorio mexicano, desde los primeros pobladores en tiempos prehispánicos hasta los inciertos años ochenta en el siglo XX.  

Ruth Castro

El Astillero Libros

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