
Máscara VS cabellera
Por: Berenice Vallejo
“Se enfrentarááááán mááááááscara contra cabellera” es la frase que se escucha a tono de grito cuando comienza este espectáculo mexicano en donde se apuesta todo: la imagen, la leyenda, el personaje, el Yo. En el ring de lucha libre se encuentran dos personajes luchando por su identidad, apostando lo más valioso para ellos; quien no cubre su rostro tiene una cabellera que jugar, el que tiene una máscara tiene un personaje, una identidad que ocultar, que proteger. Siempre me pregunté qué era más valioso, ¿la máscara o la cabellera? Para ese tiempo de mi vida en el escenario luchístico mi cabellera era como mi máscara, lo que me daba según yo “personalidad”, lo que me identificaba.
A lo largo de la historia, la cabellera ha sido tan importante como para ser parte de múltiples relatos, siendo uno de los más recordados el del personaje bíblico Sansón, uno de los últimos jueces israelitas antiguos caracterizado por poseer una fuerza extraordinaria para combatir a sus enemigos, llegando a realizar actos heroicos —inalcanzables para una persona común—, entre los que se menciona luchar sin armas y enfrentando solo con sus manos a un león o derrotar a un ejército con una mandíbula de burro. Curiosamente estas acciones las comparamos también con el luchador mexicano, quien se enfrenta cuerpo a cuerpo y mano a mano sin otra cosa que su ser, pues su fuerza radica en su máscara o en su cabellera. Pero retomando la historia de Sansón, recordemos que entrega el secreto de su fuerza a una mujer llamada Dalila, quien fuera sobornada por los filisteos ofreciéndole monedas de plata a cambio de seducir a Sansón, quien le había confesado que perdería toda su fuerza si le cortaban el cabello; una vez dormido en la alcoba, un sirviente le cortó la cabellera haciéndolo perder toda su fuerza. En la lucha libre pareciera que quedar tirado en la lona después de golpes y llaves no es sólo dejarse seducir por la lucha, sino perder entregando el mayor tesoro, la cabellera, que sólo se recupera cuando vuelve a crecer. En cambio, la máscara, una vez perdida, cambia al personaje, su identidad.
Y aquí es donde nos preguntamos de dónde nace ese misterio del uso de la máscara. La máscara nace con la autoconciencia, según los etnólogos, encontrándose en sociedades como la egipcia, griega y romana. La Real Academia de la Lengua Española nos dice que la palabra máscara proviene del árabe masharah que significa “objeto de risa”, pasando después al italiano a maschera. El significado es “figura que representa un rostro humano, de animal o puramente imaginario con la que una persona puede cubrirse la cara para no ser reconocida, tomar el aspecto de otra o practicar ciertas actividades escénicas o rituales”.

El hombre, desde la antigüedad, se vincula con su entorno quien se encontraba estrechamente ligado a la naturaleza, animales, plantas y elementos naturales, usando máscaras para relacionarse con ellos como símbolos protectores y escudo de fuerzas sobrenaturales. Personificar a través de una máscara ayudaba al espíritu de los antiguos pueblos evocando imágenes con poderes totémicos asociados a símbolos espirituales.
Usadas en todas partes del mundo, sería complejo mencionar todas las máscaras más representativas de la historia, tanto que llevaría hacer varios libros al respecto; por ello, nos centraremos en una de las culturas más antiguas. En la cultura maya la máscara de jade servía para rendir culto a la muerte. Estas máscaras funerarias se tomaban como elemento central durante el ritual de inhumación de los soberanos mayas, porque a través de ellas se transformaban en el Dios del Maíz, siendo una de las mas famosas la máscara de K’inich Janaab Pakal, gobernante de Palenque.
Creemos que una máscara nos da fuerza, poder y enigma al no mostrar el verdadero rostro humano, sino más bien representando a dioses, deidades, animales y/o espíritus. Dentro de la historia, la máscara también ha servido para protegernos de enfermedades como la peste. Definitivamente estos elementos han pasado por épocas, culturas, rituales, moda y necesidades sanitarias, entre otros usos, llegando a proteger la identidad de un luchador mexicano. Surrealista, como toda nuestra cultura.

¿Pero de dónde proviene esto? El registro más antiguo del que se tiene dato es de alrededor de 1860 cuando un luchador grecoromano de origen francés llamado Theobaud Bauer se colocó una máscara mientras recorría Francia como miembro de un circo con el apodo de “Luchador Enmascarado”, fue tal el furor que el diario informó que París había estado “emocionada por un misterioso individuo que aparece enmascarado en un circo donde se exhiben luchas y proezas de fuerza”. Años más tarde se le atribuye la popularización del disfraz a Mort Henderson, de quien se dice se enmascaró en el Torneo Internacional de Lucha Libre de Nueva York de 1915, pues la multitud se había aburrido de la acción y la asistencia estaba disminuyendo hasta que un hombre enmascarado se abrió paso entre la audiencia, se sentó cerca del escenario y lanzó un desafío a los otros luchadores1.
Pero ¿quién fue el primer luchador mexicano? Se dice que el primer luchador enmascarado de nuestro país fue traído de Texas por el exteniente de la revolución mexicana Salvador Lutteroth, considerado como el “Padre de la Lucha Libre Mexicana”. Este primer enmascarado llamado Corbin James Massey, conocido en México como “Ciclón MacKey”, pasó desapercibido hasta que tres años más tarde luchara bajo el mote de “La Maravilla Enmascarada”, escribiendo el inicio de un momento que se transformaría en parte de una tradición mexicana. El creador de la máscara del luchador norteamericano habría sido Don Antonio H. Martínez, originario de León, Guanajuato, quien fabricaba botas para los luchadores y a quien MacKey le encomendó hacer su prenda insignia. Don Antonio pasó a la historia como la persona que fabricó las primeras máscaras de lucha libre que se harían después leyendas, como la del primer mexicano en portar una máscara, el apodado Murciélago Velázquez, quien a sus entradas portaba una máscara totalmente negra y liberaba murciélagos que volaban sobre los espectadores. A este le seguirían leyendas como El Santo y Blue Demon, las máscaras más famosas de la escena luchística y de quienes contaré una anécdota.
Rodolfo Guzmán Huerta, “Santo, el Enmascarado de Plata”, participó en 53 películas que inmortalizaron su personaje y lo convirtieron en un ícono de la identidad mexicana, tanto que hasta en Francia tienen la mayor colección de películas de este ídolo. Y, aunque nunca perdió su máscara, poco tiempo antes de morir fue él mismo quien reveló su identidad en televisión nacional. Hasta ahora sigue siendo un misterio qué lo empujó a hacerlo.

Blue Demon, mi favorito, dejó de heredero a Blue Demon Jr., quien tras conocerlo en una entrevista invitó a su casa al equipo de trabajo en el que yo colaboraba para continuar con la investigación. La emoción me invadió al llegar y conocer a su esposa e hijas, ver su sala color azul y la decoración con fotografías del héroe rodeando el lugar. Su esposa nos dijo “en un momento viene Blue”, la verdad es que esperaba verlo sin máscara; llena de emoción, pensé que compartiría su secreto. No sé por qué pensé eso, claro, nos había invitado a un lugar de confianza y parecía que todo podía ser posible; verle el rostro desnudo era como ser vulnerable ante nosotros, pero no fue así, Blue Demon Jr. entró a la sala con máscara. Ser recibida por el luchador al que admiraba sin quitar ese halo de misterio fue una de las cosas más agradables que tengo en mi memoria, pues la leyenda sigue viva para mis recuerdos. Entendí entonces que era un símbolo sagrado, la intimidad, la privacidad, vaya, un privilegio que solo pueden tener unos cuantos. Tal vez me he encontrado con él y no sé quién es, como sucede en los pasillos del pancracio cuando se camina por el estacionamiento sin saber quién es ese héroe que aparece tras los gritos de alabanza que se escuchan al ovacionar su nombre ficticio. En la lucha libre mexicana no son solo luchadores, son héroes de piel y hueso y los fanáticos siempre sentiremos admiración por los que portan máscara en el ring.
Conocí a algunos luchadores sin máscara, eso es verdad. A otros los vi perderla arriba del ring; la tristeza de ver cómo desabrochan esa prenda querida de atrás de su cabeza para luego arrancarla y entregarla como símbolo de pérdida de la batalla es innegable. Sin lugar a duda no importa si el luchador que pierde la máscara es tu favorito o no, al final los comentarios que se escuchan a la salida del espectáculo mientras se recorren los pasillos son de duelo para toda la afición. Ha caído un héroe, podemos reconocerlo, se pierde el secreto, el enigma que lo envuelve, se pierde parte de la gloria y el sentimiento que queda es que nadie ganó, solo se perdió más que a un luchador a una leyenda.
“Respetable público, lucharán dos de tres caídas, sin límite de tiempo…”.
