“Nos quedamos sin historia”.

“Nos quedamos sin historia”. La importancia de la historia para la vida.

Si nos topamos a un desconocido en la calle y nos pregunta ¿Quién eres?, independientemente del asombro o desconfianza, si intentamos dar una respuesta tendremos que recurrir a una historia, es decir, a nuestro pasado para situarnos ante la persona que hizo la pregunta. La respuesta que demos podrá ser corta o extensa dependiendo de las necesidades de quien escucha, tal vez solo con un “Soy Juan” quede satisfecho o tengamos que situarnos con nuestro nombre, o también el de nuestro padre, madre, hermanos, profesión, gustos o hasta pasatiempos. Podríamos mostrar una identificación, pero aun así tendríamos que recurrir a una historia que cubriese los huecos que dejan los datos ahí mostrados. Tendríamos que construir ese relato a partir de nuestra experiencia de vida, datos biográficos, etc. Todo para poder dar sentido a la respuesta de la pregunta.

Las historias se nos presentan desde que somos niños y nos sirven para ganar compresión y sentido sobre lo que nos rodea o pasa. Si nacemos en un hogar de “x” religión tendremos contacto con la historia de dicha religión, que conforme nos desarrollemos habremos de ver desde una perspectiva diferente en la que esta ganará detalles o profundidad, siendo más complicada, pero propia para nuestro contexto y desarrollo. En la escuela tendremos contacto con diferentes historias dentro de nuestro proceso de aprendizaje, en la familia se nos contarán historias para darnos un sentido de lo que somos y de dónde venimos. Las historias están presentes en todos los aspectos de la existencia, ayudándonos a tener un sentido pleno de tal o cual situación. De manera lógica, esas historias tienen que ser contadas de acuerdo a la madurez y herramientas de compresión de quien escucha, no podemos contar de la misma manera la historia de la crucifixión de cristo a un niño de 10 años que a un joven o a un adulto. Si quien escucha no tiene el lenguaje y o las herramientas para entender la historia solo accederá a ella desde su posibilidad de compresión, es decir, si un adulto ve una ecuación en un pizarrón la podrá comprender solo si tiene el conocimiento previo que lo posibilite, de lo contrario no identificará lo que realmente representa dicha ecuación, y si este último fuese un niño de unos 6 años, lo único que identificaría serían letras y números con cierto orden, causándole un conflicto el que estos estén juntos, porque hasta donde el niño ha podido comprender  que letras y números van separados.

La película de La Historia Sin Fin (1984) narra un periodo de la vida de un niño llamado Bastián que después de entrar a una tienda de libros viejos y platicar con el dueño sobre unos compañeros que lo molestaban, se lleva el libro que el señor leía mientras acude a contestar el teléfono. Bastián lo lleva consigo a la escuela, y en lugar de entrar a sus clases sube a un desván en donde comienza a leer la historia que le muestra un reino de fantasía, que se encuentra en un grave peligro, porque sus personajes y lugares están comenzando a desaparecer dejando una nada en su lugar, misma que avanza conforme se agrava la enfermedad de la emperatriz. Conforme adelantas la lectura de la historia, Bastián se empieza a familiarizar con ella hasta quedar sumergido dentro del reino de fantasía, en donde, cuando lee uno de los pasajes, los personajes lo escuchan estornudar. Así, continuando su lectura, el niño pierde las fronteras de su historia y la del reino, ya no es alguien que lee, se vuelve un personaje, hasta el punto de que terminan siendo una sola cuando salva a Fantasía de la nada.

De la misma manera que la historia de la película, a medida que avanzamos en nuestras historias vamos familiarizándonos con ellas hasta el grado de encontrar el sentido dentro de estas y volverlas propias. Se nos cuenta la historia de la religión cuando somos pequeños, nos familiarizamos de acuerdo con nuestra edad, vamos madurando y cambiando, hay quienes se quedan con esa historia y la vuelven parte de su vida reflejando cada una de las cosas que enfrenta con la historia, reflejando sus miedos, ambiciones o logros. Hay quienes, bajo la óptica de la historia religiosa, pueden optar por hacer una vida dentro de la religión, ya sea ordenándose y consagrándose totalmente, pero también hay quienes no encuentran su lugar dentro esa historia hasta el punto de optar por otra, como puede ser la de la ciencia, la de distinguirse por tal o cual oficio o profesión, etc. En todo momento esas historias nos ayudarán a tener y desarrollar un sentido sobre nuestra vida, a desarrollar parámetros para nuestra acción.

Hace mes y medio asistí a una entrega de papeles de una sobrina que salía de primaria. Como todo acto protocolario de este tipo, el nombramiento de los alumnos va antecedido por discursos de autoridades institucionales y en ocasiones como esta, por el de un orador invitado. Lo que uno esperaría de los discursos pronunciados ahí es que se trataran historias que dieran sentido a lo que los estudiantes están viviendo, en este caso están cerrando una etapa y abriendo una nueva, que de manera obligada trae consigo incertidumbre y la búsqueda de sentido para ellos desde su perspectiva. Pero de manera contraria lo que se dijo ahí fue una ausencia de historias, es decir, como la nada en el reino de fantasía, ganó terreno en cada uno de los discursos.

Las personas que ahí hablaron, sobre todo el orador invitado que acaparaba reflectores no contó una historia, se refirió a los niños con frases como “los invito a que sean buenas personas”, “tienen que esforzarse en lograr sus objetivos”, “el mundo es complicado”, “sean mejores que yo” etc. Todas esas frases eran piezas de un rompecabezas sin sentido, frases sueltas, sin ninguna historia que ayudase a ganar sentido. Eran como comodines sacados de la manga tramposamente, pero sin nada que nos ayudase a saber si ganamos o perdimos la partida. Frases que aludían al logro de los objetivos propios, pero nunca a ser parte de algo, como por naturaleza lo es el ser humano. Si el orador fuese el encargado de salvar a fantasía, el reino hubiese desaparecido.

¿Qué pasa si nos quedamos sin historia? En el caso del personaje de la película, Bastián está cerrando una etapa, el suceso de la muerte de su madre, quien nadie le ha podido explicar o dar sentido, el niño busca una historia para esto. Si bien la película no tiene un cierre sobre ese suceso, el niño adquiere nuevas herramientas para enfrentar lo que le pasa y rodea, el niño ve reflejado sus miedos, temores y alegrías en los personajes, en la historia de la que forma parte. Lo anterior no apunta a la búsqueda de una historia salida de la imaginación, a una historia inexistente, sino a la búsqueda de historias o narrativas que le den sentido a lo que nos pasa o enfrentamos. ¿Qué pasa si no tenemos historia, si nos quedamos sin historia? Pues gana la nada. Sin una historia que nos dé sentido es lo mismo una cosa que la otra, es lo mismo lograr algo que no lograrlo, es lo mismo hacer algo que no. En el caso de la educación, como era el acto protocolario, las historias o narrativas adquieren suma importancia. 

Recuerdo en el bachillerato cuando llevé la materia de cálculo, le pregunté al docente para que servía o me ayudaría lo que estábamos aprendiendo. Su respuesta fue: “para calcular el área o volumen de una botella de Coca-Cola”. La respuesta me dejó en el limbo, y desde entonces el cálculo es para mí una de las cosas inútiles que he aprendido en la vida. En las cuestiones educativas la importancia de esas historias es crucial, recuerdo cuando un alumno me hizo la misma pregunta sobre una clase, la respuesta me llevó todo el tiempo de esta, en donde tuve que relacionar lo que estábamos aprendiendo con la vida de los alumnos, no sólo con pasar un examen sino con los aspectos de su vida, con las cosas que ellos enfrentaban desde su edad y perspectiva.

¿Qué paso con los niños que escucharon el discurso?, pues no vieron cobijados sus temores e incertidumbres, salieron de ese lapso buscando esa explicación que quedó vacía. Mi sobrina incluso lloró porque dijo que tenía miedo de la secundaria, su siguiente etapa. Dentro de lo educativo, hoy en día están muriendo las historias dejando terreno a la nada.

Nos la pasamos intentando trasmitir un conocimiento carente de sentido a los alumnos, un conocimiento carente de una narrativa en donde encaje, les enseñamos tal o cual cosa, pero no su sentido. Y lo peor es que al no tener historias solo adquieren y se ven reflejados dentro de las narrativas dominantes, es decir, que solo se adquiere un conocimiento para sacar un provecho de este, una ventaja para uno mismo y su individualismo, como decía la esposa de Javier Duarte: Yo merezco abundancia”.

Egresamos estudiantes desvinculados, desvinculados de su origen, de lo que son, de lo que van a enfrentar, etc. Estudiantes que caen presas del “aquí y ahora”, ese dañino espejismo de nuestro tiempo que mata cualquier narrativa y te dice que no importa, no tiene caso, que el pasado no existe, y por consiguiente mata el futuro, si no sabes de dónde vienes menos sabrás a dónde vas.

¿Qué pasa si transitamos en una colonia de calles angosta, nos perdemos y llegamos a toparnos de frente con una barda en la que quedamos sin opciones para dar una vuelta de 180 grados? Por más que lo intentemos no podremos avanzar. Podemos tener toda la buena actitud, los chakras alineados o estar programados para el éxito, pero no avanzaremos, la barda se impondrá con su actitud negativa, la única manera en la que saldremos de ahí será retrocediendo en reversa, checando todos y cada uno de los giros que dimos hasta llegar al punto de entrada. Muchos de los problemas que se nos presentan en lo individual o lo social tienen la misma característica, no podremos avanzar, ya que los resultados serán los mismos que se han dado con anterioridad hasta el punto de que tengamos que reciclar soluciones propuestas con anterioridad. La única manera que tenemos para intentar solucionarlos es, como en el carro, transitar de reversa analizando cada giro que nos llevó hasta ahí, buscando el punto de intersección en donde dimos el giro definitivo para perdernos y toparnos contra el punto muerto.

Lo triste de escuchar esos discursos no fue solamente la ausencia de lo mencionado, sino que a nadie pareció preocuparle, todos los ahí presentes normalizaron la ausencia de una narrativa donde los niños cobijarán su incertidumbre. Normalizamos el simplemente hacer, el simplemente ejecutar, el buscar un éxito vano que llena el ego, pero nos deja solos, sin historia.

Dejamos que avanzara la nada y desaparezca lugares y personajes que tenían un protagonismo dentro de nuestra historia, que eran semejantes a nosotros y nos permitían reflejarnos, lugares en donde estábamos cómodos.

Dejamos a los niños en esa situación sin darles una explicación y cobijo que cambiamos por el simple, pero tajante “lo haces porque lo tienes que hacer”, porque tal vez así lo vivimos nosotros, tal vez nacimos ya sin historia.

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